Don Heisenberg de Albuquerque: desde Cervantes a Gilligan
Todos hemos oído hablar o hemos leído alguna vez sobre don Quijote, aquel hidalgo que un día aburrido de su vida mandó todo a volar, se calzó la armadura, se hizo caballero y salió a buscar aventuras, confundiendo molinos con gigantes y prostitutas con doncellas, arrastrando en su locura a quienes se toparan en su camino.
Este personaje Cervantino es sin duda uno de los personajes más excepcionales que nos ha dejado la literatura. Don Quijote, harto de su vida decide cambiarla. Entierra su historia y comienza a vivir detrás de los ideales de la caballería (ideales obsoletos, por lo tanto, desubicados), perdiendo poco a poco la conexión con el mundo real y poniéndose en peligro.
Esa visión diferente del mundo y la decisión del cambio, de ser un tipo monótono y triste a ser un hombre valiente que enfrenta los peligros, podemos verlo también en el personaje Walter White, encarnado por el actor Bryan Cranston, de la serie Breaking Bad.
Breaking Bad es una serie creada y producida por Vince Gilligan que comenzó a emitirse en 2008. Trata sobre la vida rutinaria y desgraciada de un profesor de Química (Walter White) a quien diagnostican cáncer de pulmón inoperable. Con los días contados, una esposa embarazada, un hijo discapacitado y muchas cuentas para pagar, este particular profesor comienza a seguir de cerca a Jesse, uno de sus alumnos de quien tiene información que vende metanfetamina. Con sus conocimientos sobre Química y sin nada que perder, decide cambiar su vida (lo que queda de ella) y comenzar a producir metanfetamina para dejar algo de dinero a su familia. De esta forma Walt comienza su procesión hacia “el lado oscuro”, deja de ser ese hombre recto y sumiso, cambia su forma de ver al mundo y el trato con sus seres queridos; está dispuesto a hacer cualquier cosa para conseguir lo que quiere.
Siendo justos con Cervantes, Breaking Bad no es como su novela del hidalgo de la Mancha, pero no podemos dejar de ver el paralelismo que existe entre la evolución psicológica de sus protagonistas, su temática y la forma que tienen de reflejar la crisis de su época. Quién dice que dentro de quinientos años Heisenberg sea el Quijote de nuestra generación.
Nuestros protagonistas
Ambos llevan una vida hundida en la miseria rutinaria. Porque si hay algo peor que la miseria es la miseria que se repite hasta el infinito.
Walter es un Premio Nobel venido a menos, da clases de matemática en secundaria y en su tiempo libres lava autos en una estación de servicio. Todo para poder sustentar a su familia que está por agrandarse. A pesar de su vida y de sus circunstancias, él no deja de mostrar esa sonrisa estática y vacía a los demás, siendo un ejemplo de buenos modales, respeto y responsabilidad.
Alonso Quijano es un hidalgo más en “un lugar de la Mancha”. Nótese que es un lugar cualquiera de la Mancha, como él, un hidalgo cualquiera. Alonso, último escalafón de una nobleza condenada a desaparecer, pasa sus días encerrado con sus libros, perdiéndose en historias de grandes caballeros. Cabe aclarar que su ocio (altamente valorado en su época como hoy) no era una cuestión de elección, sino que a la nobleza no se le permitía trabajar. Este hidalgo vivía con lo mínimo e indispensable, fraccionando la comida que le costaba gran parte de su hacienda. Más allá de su estrechez y su poca vida social, quienes lo conocían lo estimaban y lo tenían como un hombre hecho y derecho.
El quiebre
El cambio de vida de Alonso Quijano y Walter White se dispara por un mismo suceso: la enfermedad. Podríamos decir más “elegida” en el primero que en el segundo, pero en este último la enfermedad luego se transforma en excusa.
Alonso Quijano comienza a vender sus tierras para comprar más y más libros de caballerías. Olvida sus necesidades básicas para poder seguir leyendo aquellas novelas fabulosas que él creía verdad histórica y fiel narración de hechos pasados. Esta situación, sumada a la falta de contacto con la vida social y real, terminan por llevarlo a la locura.
El hidalgo decide dejar de leer las aventuras de aquellos caballeros para comenzar a vivirlas. Recoge unas armas olvidadas que heredó de algún viejo familiar y las pone a punto, elige su fiel corcel (un rocín a quien nombra Rocinante) y elige su nombre, se autodenomina “Don Quijote de la Mancha”, haciendo referencia al lugar donde nació, como lo hacía el nombre del más grande caballero de todos, Amadís de Gaula (modelo a seguir de nuestro protagonista). Se dispone por último a elegir a su amada, a quien dedicará sus hazañas de caballero. Como no conoce muchas damas decide optar por una a la que vio unas tres o cuatro veces y bastó para llamar su atención. Su amada será Aldonza Lorenzo, que el lector conocerá a través de la imaginación de Don Quijote con el nombre Dulcinea de Toboso. Podemos decir como bien lo aclara el narrador en la obra que “del poco dormir y del mucho leer, se le secó el cerebro”.
Walter White un día después de haber cumplido sus cincuenta años se encuentra lavando coches en la estación de servicio para hacer dinero extra, cuando de repente se desmaya y queda tendido en el suelo. Es llevado de emergencia a un hospital donde descubre que tiene cáncer de pulmón inoperable. Vuelve a su casa y determina no contar nada a su esposa Skyler, ni a su hijo Walter Jr. Al día siguiente, Walter pierde la paciencia con su jefe de la estación de servicio -que es un imbécil- y termina gritándole e insultándolo, renunciando a su puesto. Está claramente ofuscado con el descubrimiento de su enfermedad (y de su muerte inevitable). Está cansado de ser siempre aquel hombre decente y educado a quien el destino le responde con una cachetada en cara. Luego Walter acepta la invitación de Hank, su cuñado, miembro de la DEA, a una redada. En ella ve como uno de sus ex alumnos, Jesse Pinkman escapa. Por la noche visita a Jesse a su casa y le propone que sean compañeros en la producción de metanfetamina; si se niega Walt lo denunciará ante su cuñado y la DEA. Este el principio del cambio y del nacimiento de nuestro protagonista, Heisenberg.
La transformación
La transformación de nuestros héroes es una decisión. Don Quijote decide llevar al mundo aquellos valores de la caballería y dar justicia a los desamparados. Por su lado, Heisenberg decide dejar los valores morales del mundo y hacer un poco más justa la vida de su familia con un buen pasar económico. Si bien no son guiados por el sentido común -aunque también podríamos cuestionarnos qué es sentido común, pero eso lo dejamos para otra oportunidad- ambos tienen fines nobles. El problema de estos bellos, bellísimos fines, son los medios: a don Quijote no le preocupa el hogar que dejó atrás, ni vivir a destiempo, ni tener que pelear por un yelmo de mambrino que resulta ser una vacía.
Con Heisenberg las cosas son aún más complejas, porque él es bien consciente de lo que pasa. A diferencia de nuestro otro protagonista él sabe los peligros que corre y a lo que está exponiendo a su familia, pero entiende que el negocio de las drogas es solo eso, un negocio. Él está brindando lo que los demás piden, es simplemente un producto que responde a la ley de la oferta y demanda.
Don Quijote debe enfrentarse a una realidad que no lo comprende. Quiere revivir el tiempo feliz en que los hombres actuaban conforme a los más altos ideales, en donde todos eran más valientes, más generosos, más humanos. Heisenberg, a su manera ¿no es también más humano? ¿No está siendo generoso con su familia y valiente por exponerse a la muerte día a día?
Ninguno de los dos teme a la muerte; llevan muertos hace años. Desde aquellas primeras tardes de lecturas, encierro y olvido. Desde aquellas mañanas entre escritorios, tizas y fórmulas que nadie respeta. Se les moría el alma, lentamente. Solo una cosa los volvió a la vida: romper con lo establecido, ser ese que nadie se anima a ser. Para empezar a vivir había que entender que la muerte ya había ganado.
Compañeros de ruta
Nuestros protagonistas no están solos, tienen compañeros de fierro que los siguen en sus aventuras y son para nuestros héroes un refugio, los únicos que los comprenden. Con ellos llegan a entablar, cada uno a su debido tiempo, una linda amistad. Estamos hablando de Sancho Panza y Jesse Pinkman. Ambos son fieles y de buen corazón, en varias ocasiones llegan a arriesgar su vida para salvar la de su compañero, no comprenden sus deseos, pero se aceptan y se dan una mano. No es casual que ellos sean quienes van a acompañar en toda la historia a nuestros héroes; fueron elegidos cuidadosamente. Walter encontró a un pobre chico que vende drogas (y además las consume) y vio en él un perfecto compañero para su negocio: callado, necesitado, fácil de dirigir. Don Quijote encuentra en Sancho un hombre de pocas exigencias, ignorante y servicial, que puede apoyarlo en lo que sea. Estos camaradas se parecen: tienen un perfil bajo y son fáciles de manipular. Por esta razón en muchas ocasiones se enredan en situaciones terribles expuestos por sus compañeros. Luego estos piden disculpas y deforman sus discursos de tal manera que hacen sentir responsables a los primeros.
Lo lindo de estas dos historias es que los personajes no son estáticos, sino que van evolucionando a través de los capítulos. Sancho comienza a aprender sobre las historias fantásticas que lee su compañero y sobre las reglas de la caballería. Ya avanzando hacia el final de la primera parte de la obra vemos a un escudero encariñado con su amo. Ya no lo sigue con la esperanza de encontrar algún tipo de riqueza o una isla para gobernar, lo sigue porque es su amigo. A su vez, Don Quijote también empieza a tomarle cariño, ya que resulta ser el único que lo escucha y lo acompaña en sus delirios. Si bien Sancho al principio intenta frenarlo y ser su “cable a tierra”, luego sufre una suerte de contagio de la locura del Quijote, hombre al que si bien no comprende del todo, sigue y alienta. Esta es la llamada “Quijotización” de Sancho, en la que ya más sobre el final el mismo Sancho termina siendo más Quijote que el propio Quijote.
Jesse también evoluciona, pero su transformación no se direcciona para el mismo lugar que la de su compañero, sino todo lo contrario: comienza a ver la decadencia humana en Walter y el daño que genera la ambición desenfrenada, por lo tanto, decide salirse del juego y alejarse de él. Al comienzo se nos presenta como un vendedor de meta que consume su propia producción. La llegada de Walt a su vida es un respiro, es esa figura paterna que se preocupa por él. En las primeras dos temporadas podemos decir que su amistad es verdadera, pero más adelante algunas actitudes de nuestro protagonista hacen dudar a Jesse y al propio espectador sobre sus intenciones. Jesse sufre varios quiebres importantes en la serie, entre ellos está la muerte de su novia Jane y el envenenamiento de Brock (de los que Heisenberg es responsable y su joven compañero no lo sabe). Empieza a notar que cocinar con su camarada deja de ser divertido, es peligroso para él y para los que quiere y determina salirse. Es aquí cuando Walter comienza a mostrar su faceta más oscura y utiliza cualquier recurso para mantener cerca a Jesse y seguir con su plan.
Queda hacer un par de observaciones respecto a los compañeros de nuestros héroes: en primer lugar, ambos comparten esa cosa ingenua de la que abusan todos y terminan en gran parte de las aventuras pagando los platos rotos. Creo que en ninguna de las dos historias nadie sufre tanto como estos personajes, y es admirable la fidelidad y amor que tienen hacia sus compañeros. Por último, la diferencia entre ellos dos radica en qué tan conscientes son sus compañeros de la realidad. Sabemos que el Quijote jamás querría dañar a su escudero, más allá de alguna pequeña broma. Su amor parece más puro y ambos se dan cuenta que las aventuras que viven son lo mejor que les ha pasado. El caso de Heisenberg es como aquella novia celosa que te miente y te aleja de todos para tenerte solo para ella. No decimos que no quiere a Jesse, sino que lo hace de una forma enfermiza. Además, como Don Quijote, termina por amar lo que hace con su compañero, y no puede imaginar nada mejor. Para Jesse las cosas son diferentes, él tiene otra visión sobre la vida y lo que espera de ella.
Ideales que lastiman
Heisenberg se cuestiona antes de comenzar su loca carrera hacia el narcotráfico, quiere hacer dinero y terminar rápido generando el menor daño posible. Pero a medida que las cosas se vuelven más complejas el temor se aleja y aparece las ganas de vivir cada cosa como un reto personal. Walter cada vez es menos Walter y los espectadores lo acompañamos en su evolución, porque al final, no es tan distinto a nosotros. Quiere un poco de dinero, quiere vengarse, quiere ser reconocido por sus logros. Llega un momento en el que tiene más dinero del que puede gastar, pero no le importa, él quiere ser respetado por su negocio, quiere ser el número uno. La transformación de Heisenberg en un ser oscuro, amoral e indiferente hacia la vida está tan bien lograda que no nos damos cuenta hasta que él mismo la hace explícita cuando le dice a Skyler «No estoy en peligro, yo soy el peligro”. Para ese entonces ya es demasiado tarde, nuestro personaje se hunde en un espiral de violencia sin fin en el que pierde el norte de su accionar.
Don Quijote tiene una transformación más rápida y notoria. Su locura al principio es vista por los demás como algo inusual y gracioso, incluso le juegan bromas abusando de su falta de sintonía con la realidad y alimentan su locura, lo que luego les juega en contra, ya que a medida que avanza la obra nuestro héroe tiene cada vez menos historias y personas que lo unan a la realidad. En su búsqueda por servir a la justicia y defender a los desamparados se desprende tanto de los códigos que rigen el mundo que termina por hacer daño a sus allegados, amigos, y a cualquiera que se cruzara en su camino. La manía persecutoria de nuestro personaje lo lleva a estar siempre a la defensiva, interpretando cualquier gesto ajeno como una amenaza o deshonra para su persona. Basta solamente con contradecirlo en una opinión o dudar sobre sus condiciones de caballero para encender su cólera. Así se dan el noventa por ciento de sus combates, en los que insulta y embiste en contra del supuesto enemigos. En vez de ayudar termina por lastimar a los demás y a sí mismo sin tener conciencia de ello (esto es lo que lo diferencia de Heisenberg). Don Quijote tiene todo ordenado y claro en su mundo, son los demás los que no entienden y de igual manera que Walter en su pasaje a Heisenberg -pero bastante antes en la historia- despeja con una frase todas las dudas que el lector aún tenía sobre su cambio: “Yo sé quién soy”, sentencia.
El egoísmo, la sed de revancha y la megalomanía terminan por enceguecer a nuestros personajes, nublando sus fines últimos. Sus personalidades terminan contaminándose de los mundos, tanto del literario, como del de las drogas: al parecer ninguno de los dos es políticamente correcto. Sus ideales chocan con los convencionalismos y corrompen a nuestros héroes, ¿o debemos llamarlos antihéroes?
Tanto Cervantes como Gilligan parecen ponerse de acuerdo en que la forma de “estropear” a sus protagonistas es bañarlos en sangre. Es claro en el caso de Breaking Bad, en el que no debemos imaginar qué tan violentas son algunas situaciones o personajes; lo vemos. En el caso del ingenioso hidalgo no es tan evidente, pero si prestamos atención podemos ver que en todos los personajes centrales abundan los golpes, lanzazos, pedradas, palos, caídas, fractura de huesos e incluso la pérdida violenta de piezas dentarias como saldo de batalla.
La temática
Las dos, como buenas obras que son, acaparan todo tipo de temas, pero sin dudas uno de los principales es el tratamiento de la realidad y el intento de los personajes de salirse de ella, rompiendo con el orden establecido.
En la obra de Cervantes observamos claramente un choque entre realidad y ficción. Don Quijote habita el mundo real pero en su mente está viviendo en otro mundo, una ficción de caballeros, y es por ello que no encaja y se vuelve un ser conflictivo, peligroso para sí mismo, para los demás y para el mundo que no lo comprende. Los valores y deseos de nuestro caballero son obsoletos, es aquí donde el autor demuestra que la realidad en la que tanto confiamos y creemos, es un asunto de percepción.
Heisenberg también tiene una forma diferente de ver las cosas y decide actuar en consecuencia. Lejos de intentar hacer apología a las drogas, en un mundo repleto de atrocidades ¿podemos culpar a un hombre que debido a su enfermedad se lanza hacia el mundo del narcotráfico para dejar dinero a su familia luego de su muerte? Sin dudas su plan se le va de las manos, como a Don Quijote, con la diferencia de que este solo quería recuperar los valores de la Edad de Oro y ser reconocido por sus hazañas. Heisenberg comienza queriendo dinero, y luego más dinero y poder, y más poder. Ambos personajes son hijos de una época y por lo tanto, víctimas de los males que la aquejan.
Las dos historias ponen en manifiesto la percepción de la realidad de cada época y los problemas que afectan al hombre. La obra sobre el ingenioso hidalgo es el reflejo del Barroco y la crisis en la que se vivía.El hombre de la época percibía la realidad de forma completamente desordenada e inestable. La obra es la manifestación pesimista y desengañada de aquel Nuevo Mundo que tanto prometía, es la lenta y dolorosa caída del Quijote hacia lo inevitable, la muerte.
La Era de Heisenberg es muy similar. La serie revela el sinsentido y la estupidez de nuestros tiempos, el loco afán de acumular dinero y cosas por el simple hecho de tenerlas. Muestra qué sentimos como humanos ante el poder y cómo respondemos a él, y le da una patada en la parte posterior (por no decir otra cosa) al sistema de salud estadounidense y sus fallas.
Otro tema que tocan es la cuestión moral. Las dos historias pinchan, nos hacen cuestionarnos sobre las actitudes que toman los personajes, “¿qué haría yo en su lugar?”. Don Quijote deja claro con su accionar y a través de las historias intercaladas en la novela, que frente a su locura los demás seres “cuerdos” no se cuestionan sobre lo que desean, sino que actúan de acuerdo a lo que la sociedad dice que es correcto. Estos convencionalismos varían a través del tiempo y lo que hoy es condenable, mañana es aceptado. Cervantes así critica, entre otras cosas, la condena a la mujer por adulterio, que pagaban con la muerte mientras que el hombre salía ileso. Don Quijote, con toda su locura y empresa ilusoria, no hace diferencias sociales, ni condena a las mujeres por su sentir, ni busca dinero: solo lucha por una justicia en la que cree y nos enseña que tenemos la libertad de elegir quiénes podemos ser. Por estas razones se lo quiere tanto, por su nobleza, por su simplicidad, y se sufre con él cada derrota como si fuera propia; al final él entendía todo y los demás eran los locos.
Heisenberg despierta una empatía aún más fuerte (seguramente porque es contemporáneo). Sus deseos no son tan distintos a los que podemos tener cualquiera de nosotros: ambición, reconocimiento, celos, venganza. Un día resulta que tiene cáncer y que va a morir, como no puede pagar su tratamiento y no tiene nada para dejar a su familia, empieza a cocinar y vender metanfetamina. Walter, como Don Quijote, es víctima de una sociedad que no entendió nada. A Walter se lo quiere porque es mártir de un sistema horrible y nos hace asomarnos al abismo humano, nos invita a preguntarnos hasta dónde somos capaces de llegar con tal de ganar (de ganarle al sistema, siempre), y nos hace aceptar entre dientes que no somos tan moralmente correctos como decimos ser.
A medida que avanzan ambas historias, nuestra complicidad con los protagonistas en tan grande que tendemos a disculparlos y apoyarlos en todo, incluso en sus peores decisiones. Don Quijote genera una mezcla de sentimientos entre el amor, la lástima y la bronca debido a su nobleza y falta de lógica. Heisenberg genera lástima y luego odio, mucho odio, y miedo. De todas formas queremos que los dos ganen, aunque no sean políticamente correctos y no respondan felizmente al orden establecido: queremos héroes humanos.
Por lo pronto ya sabemos que Don Quijote no ganó. O si ganó no nos convenció. Volver a su vida pasada y recuperar la cordura era vivir una farsa, era igual que morir. Suponemos que para Cervantes la única forma de cerrar una obra que iba contra tantas normas de la época era matar al protagonista y dejarnos la moraleja de que hay que vivir con los pies en la tierra
Con respecto a Heisenberg, y a solo un episodio de la gran final, debemos preguntarnos: ¿También Gilligan deberá matar a su protagonista para devolver el orden al cosmos, o esta vez triunfará el mal?