La forma del agua III
La forma del agua III
La Ciudad de los Sedientes
La privación del sueño lo molestó y fue, tal vez, el motivo de que lo desvelara a descubrir, por desérticos sueños, la Ciudad de los Sedientes. Todo lo que quedaba de esa noche durmió, algo descansó a su corazón.
La conversación posterior ha deformado hasta lo inextricable el recuerdo del sueño que me contó.
Un visitante, dijo, con voz baja e insaciable, me preguntó el nombre del río que bordeaba a la ciudad. Le respondí que era el que se llamó Jordán o Río de los Aos, que lo forma la unión del Paraná y el Uruguay.
Otro es el río que busco, contestó cansado el visitante; el río que sacie a los que tienen sed.
Me encontré, dijo, fatigando un desierto, donde es psicodálica la arena, donde el visitante debe robar el invierno a las noches, porque el ardor del día, que me miraba de frente, y la sequedad de los labios son intolerables.
Varios días deambulé sin encontrar agua o, le pareció, me dijo, un solo interminable día multiplicado por la rabia del sol, por la sed y por el miedo a la sed.
Le dije que sentí en el pecho, la garganta y la boca algo latiendo; sentí que me inundaba su sed. Esa urgencia me hizo recordar, le dije, en una asociación temeraria, lo que con maquinal fuerza André Breton, fustigando al cientificismo, dijo: creo en la resolución futura de los dos estados, tan antagónicos en apariencia, que son el sueño y la realidad, en una suerte de sobrerealidad (surréalité), si pudiera decirse.
Siguió, dijo, el impulso de ciego goce. Pero me pareció despertarme, antes de perderme otra vez en el sueño y en las extravagancias. A esa impresión se le agregaron otras: la de lo interminable, la del cansancio.
Soñé, dijo, que un río venía a rescatarme; lo escuché acercarse.
Pensé que fue la ventana entreabierta de mi cuarto, que me trajo una frescura del aire y el sonido galopante de la lluvia, lo que me despertó. Pero no. Desperté en una especie de pavor o éxtasis, inadvertidas me bajaban por la cara, no solo de agua, lágrimas.
Compungido le dije, que el sueño o la pesadilla más fugaz obedece a un bosquejo aéreo y puede inaugurar una forma secreta. Así, en cada final hay la semilla de un nuevo principio.
Nada más preciso pudo recordar, me dijo; era como las caras que aparecen en los sueños, que uno está a punto de vislumbrar y después se esfuman.
Ignoré si fue cierto el sueño de la Ciudad de los Sedientes; sentí entonces la idea de darle forma.
De música ligera
En la década de los noventa ciertas políticas públicas del menemismo empujaron a Rodolfo Luis González, alias El Soldado, a subirse al tren de los fugitivos. Empeñó, como una fiera, ese disco folkie, de blues y rock, que prendido al sabor de un añejo licor lo supo amargo, pero lo saboreó mejor:
¿Quién te dará de beber? de ese trago especial/ dicen que no está mal, el soñar/ El soñar.
Dos décadas antes Luis Alberto Spinetta crea Artaud (1973), que por su forma irregular y rupturista fue un objeto muy incómodo y movilizador para la época.
Allí, la pista número cinco es la “La sed verdadera”:
Viste la piel, creíste en todo lo que yo te di/ nada salió de vos: ¡ah! mira el fuego/ Las luces que saltan a lo lejos/ no esperan que vayas a apagarlas jamás/
Cuando MTV Latina hacía Unplugged, en el mismo año de edición del disco de El Soldado, Spinetta, cual mutante estrelicia, presentó de esta manera aquella canción: “se supone que es la única sed insaciable y a la vez la única posible de ser saciada”.
Otro muchacho, en este lado del río, musicalizaba un año antes, grababa un año después, y publicaba finalmente “En la noche”, canción de Las Quemas de Eduardo Darnauchans sobre el poema de Washington Benavides de Las milongas. Copio la parte final del poema:
y le queda en esta vida
casa, si tuvo, o mujer
algún hijo parecido
la misma sed
la misma sed
la misma sed
la misma sed…
El cuerpo fluídico de la sed como símbolo del deseo, de la parte informal, dinámica, causante del espíritu se da en la asimilación de la música y la sabiduría intuitiva.
Si tomamos estas canciones como símbolos personalizados, como interpretación individualizadora se nos hace innegable que su estado expresa el grado de tensión, el carácter y aspecto con que la agonía acuática se baña para decir, lo justo de su mensaje.
Los que tienen sed
El alcohol o agua de vida es agua de fuego. Esta síntesis de agua y fuego producida por la comunión de los contrarios, según Gaston Bachelard, En el psicoanálisis del fuego, es el agua que flamea o aguardiente.
Desaparece con lo que quema, da energía vital en el hueco del pecho. Bachelard, poeta y físico de rabínica barba, observó que el alcohol es un ingrediente de lenguaje.
El joven alemán Novalis, enciclopedista y romántico primerizo de finales del siglo XVIII, atareado en tareas mineras, iluminado por aquel sol interior, al mismo tiempo que fulminado por sus encantamientos excitantes, abrevó como animal de ese genio. Posó su sed (o libido) en las más diversas formas del fluir como elemento del amor y de la unión.
A partir de fragmentos sobre la naturaleza, proyecto que quiso ser novela, se puede leer en Los discípulos en Sais que el sueño o el pensamiento propio es el flujo del invisible mar universal, y el despertar, el inicio de su reflujo.
En el templo de la diosa Isis, situado en la antigua ciudad egipcia de Sais, se encuentra cubierto por un velo: el misterio.
El fragmento primero “El discípulo” se inicia con el siguiente recorrido: las personas marchan por distintos caminos; quien los siga y compare, observará formas extrañas; formas que parecen pertenecer a una escritura compleja y caprichosa que se encuentra en todas partes.
Se percibirá la gramática y la forma de una escritura singular, pero dicha percepción no se adapta a una forma definida.
Puede darse que la escritura se nos presente intuitivamente transparente, clara y precisa. Sin embargo, su polivalencia y pluralidad de sentidos revolotea ante los ojos del lector.
El discípulo quiso descubrir su figura, descorrer el velo; la sed, por lo tanto, aplico su búsqueda. Detrás del velo que oculta a Isis no pudo haber más que uno mismo junto a lo buscado, bajo todas sus formas.
Epílogo
Una forma sea cual fuere, por el hecho de que exista como tal, permanece, se seca y se gasta; para retomar el vigor le es importante ser resorbida en lo amorfo (o en lo preformal), aunque solo fuera por un instante; ser reintegrada en la unidad primordial de la que salió; en otras palabras: volver al agua.