Lecturas de verano (II) – «El Señor de las Moscas», de William Golding
¿Cómo sería, luego de un desastre aéreo, quedar atrapado en una isla desierta, sin comida ni agua, acompañado solamente de algunas personas a las que no conocés demasiado? Lo primordial es sobrevivir, pero ¿se deberían crear ciertas normas para convivir, adaptadas a las condiciones del sitio y guiadas por la moral del mundo real? ¿Crear estrategias para escapar o ser rescatados? Bien, ahora compliquemos más las cosas: ¿cómo sería si todo esto le pasara a un grupo de niños?
William Golding, escritor y premio Nobel, plantea esto y mucho más en su aclamada novela El Señor de las Moscas. Golding es un experto en demostrar las dificultades del hombre moderno para seguir el orden social. Su estilo es reconocido por revelar la parte más oscura del ser humano, sus instintos más bajos; lo que lo sigue haciendo un animal. En sus obras propone un análisis de la civilización occidental a la que ve como una enorme máscara que sirve para disimular la verdadera fiera que es el hombre.
Este libro fue su primera obra publicada y alcanzó una gran fama en Inglaterra, considerándose imprescindible su lectura en colegios e institutos. El reconocimiento global llegó sobre 1990, cuando se realizó su adaptación cinematográfica.
La novela
La historia comienza con el toque de la caracola, cuando Ralph y Piggy (los dos primeros sobrevivientes del accidente) se encuentran en la playa y deciden soplar un caracol (que oficia de silbato) para hallar algún sobreviviente más. Comienza a llegar el resto de los sobrevivientes: un par de gemelos, un chico llamado Johnny, otro llamado Simon, un grupito de niños pequeños y por último otro grupo más grande, ya formado, denominado El Coro y liderado por Jack. Nuestros protagonistas esperan la llegada de alguien más y nadie responde, sólo ellos han sobrevivido: niños entre 6 y 12 años.
No hay adultos y por eso deben organizarse “como los adultos lo harían”, proponen votar levantando la mano (como lo hacían en el colegio) un jefe para que los guíe. Este resulta ser Ralph, el niño de la caracola, quien desde un principio se muestra más “racional”, es decir, conocedor de las reglas del mundo adulto. Resuelven crear normas basadas en las costumbres inglesas, ser ordenados, cuidadosos y hacer todo lo que un buen inglés haría:
– Estoy de acuerdo con Ralph. Necesitamos más reglas y hay que obedecerlas. Después de todo, no somos salvajes. Somos ingleses, y los ingleses somos siempre los mejores en todo. Así que tenemos que hacer lo que es debido.
Hay que seguir el orden, hacer refugios y crear una hoguera en lo alto de la montaña para que los aviones la vean y vengan al rescate. En un principio las reglas son seguidas al pie de la letra, pero luego de un incendio en el que desaparece uno de los niños más pequeños, la esperanza del rescate y la confianza hacia las normas se va perdiendo. Los niños comienzan a sufrir los estragos de la isla: tienen hambre, tienen miedo y frío y no hay ningún adulto para decirles qué deberían hacer.
Se realizan asambleas cada vez que alguien sopla la caracola, cuando alguien la tiene en sus manos, tiene derecho a hablar, la caracola representa la democracia y les recuerda la civilización.
Las rivalidades comienzan a surgir e intensificarse entre Ralph y Jack hasta que el grupo inicial, de aproximadamente treinta niños, se divide en dos: los que quieren seguir manteniendo la hoguera y hacer las cosas como la moral y la razón les indican, y los que quieren dedicarse a cazar jabalíes, bailar en la arena y pintarse la cara.
Después de la separación todo va en picada: hay niños desaparecidos, niños sin esperanza, niños con miedo a la fiera de la isla, niños con miedo a sus pares.
El súmmum de la novela es sin dudas la aparición del Señor de las Moscas y su encuentro con Simon:
-Eres un niño tonto- dijo el Señor de las Moscas-. No eres más que un niño tonto e ignorante-
Simon movió su lengua hinchada, pero no dijo nada.
-¿No estás de acuerdo?- dijo el Señor de las Moscas-. -¿No es verdad que eres un niño tonto?_
Simon le respondió con la misma voz silenciosa.
-Bien- dijo el Señor de las Moscas-, entonces ¿por qué no te vas a jugar con los demás? Creen que estás chiflado. Tú no quieres que Ralph piense eso de ti, ¿verdad? Quieres mucho a Ralph, ¿no es cierto? Y a Piggy y a Jack.
Simon tenía la cabeza ligeramente alzada. Sus ojos no podían apartarse: frente a él, en el espacio, pendía el Señor de las Moscas.
-¿Qué haces aquí solo? ¿No te doy miedo?-
Simon tembló.
-No hay nadie que te pueda ayudar. Solamente yo. Y yo soy la Fiera-
El pensamiento infantil
El autor propone en esta historia analizar la posibilidad que tienen los niños, que apenas comienzan a entender las estructuras sociales y sus códigos, de sobrevivir por su cuenta. Además de ingeniárselas para comer y tener abrigo, el verdadero desafío es la convivencia con los otros y generar un orden en el que puedan vivir armónicamente.
Golding probablemente haya eligido niños como protagonistas por considerarlos menos contaminados de normas sociales, es decir, si no hay una idea clara sobre el “deber ser”, el sujeto formará sus propias reglas, que no tienen por qué coincidir con las del mundo adulto.
La guía sobre cómo manejarse en la vida para estos sobrevivientes está basada en dos instituciones: la familia y el colegio. La primera, si bien está limitada, comienza a formar al individuo en ciertas normas básicas: “los dulces son para después de la cena”; “hay que ordenar el cuarto”. El niño aprende también a negociar: “si comés toda la comida, podés ir al patio a jugar”; “si te portás bien, te compro X cosa”. En esta etapa casi todo se mide por premios y castigos, solo se ven los resultados a corto plazo. En la etapa de escolarización la historia cambia: hay más niños y estos tienen códigos diferentes, todos respetables, pero diferentes a uno. Hay que ser empático y responsable. La autoridad también cambia: es el maestro y sus reglas, las reglas del salón. Los resultados se ven más a largo plazo: no hay un premio tan “palpable”, sino que es un proceso de socialización en la que el niño se va acercando más a eso que debe ser de grande.
Los niños de la isla están en cierta forma influenciados por las normas del mundo adulto, algunos más y otros menos. Ralph quiere organizar el grupo de forma democrática, Piggy está recordando todo el tiempo que no debe correr porque tiene asma y “su tía se enojaría si supiera”. Las normas están, implícitamente, pero allí no hay premio ni autoridad que diga cuáles son los límites, esto permite al autor mostrar más sobre la condición humana y su naturaleza.
El individuo y el grupo
Según Aristóteles, el hombre es un ser social por naturaleza, por lo que no puede desarrollarse completamente si está solo. Cada individuo tiene cualidades y defectos que se complementan con las cualidades y defectos de los otros, es decir, todos aportan al grupo lo que cada uno sabe hacer mejor. En el caso de nuestros personajes, unos se dedican a hacer refugios, otros a cazar y otros a crear normas de convivencia. Así surge la idea de bien común, en la que todos colaboran buscando llevar una vida plena, cosa que sería imposible si se está solo.
El problema surge cuando hay conflictos de intereses, por ejemplo, cuando alguien que se niega a colaborar o no está de acuerdo con las reglas y decide no cumplirlas, como sucede en esta historia. Sumémosle el hecho no menor de que los protagonistas son niños, seres que no están del todo desarrollados socialmente para negociar, respetar y entender el bien común. Un hombre sin esta base cultural y sin la protección de un grupo social establecido, no puede ser un hombre íntegro. Los pequeños son conscientes que deben permanecer unidos para sobreponerse a la circunstancias y sobrevivir, pero esta conciencia no es suficiente: se requiere de la participación y el esfuerzo del grupo, pero ¿cómo establecer derechos y obligaciones justos para todos en un mundo donde hace 10 minutos solo importaba salir a jugar y hacer los deberes que mandaba la maestra?
Golding muestra el proceso social y político por el que pasan los ahora habitantes de la isla. Primero la democracia, en la que importa el voto de cada uno, hay un líder y se proclaman reglas para establecer el orden. Al surgir un nuevo líder comienzan los entredichos y se cuestionan las reglas existentes, pasamos así a una etapa de autoritarismo, encarnado una figura que guía y somete a su voluntad al resto del grupo. Jack encabeza el grupo de “incivilizados”, comenzando una etapa salvaje y despótica, cuya actitud agresiva e imposición sobre los demás recuerda al nazismo de la época. El último escalón es el salvajismo puro, en el que reina la anarquía y cada uno hace lo que su instinto le reclama.
La naturaleza del hombre
En estas circunstancias, donde vemos al hombre en su estado puro, cabe cuestionarse si la maldad es parte de su naturaleza. En un grupo de chicos en el que era posible respetarse, cuidarse y convivir en paz, lejos de las presiones del mundo adulto, ¿por qué terminar así?
Hay quienes dan por hecho que el egoísmo y avaricia son innatos en el ser humano. Este es el caso de Hobbes, que con su conocida frase Homo homini lupus (el hombre es el lobo del hombre) hace referencia a los horrores de los que es capaz la humanidad para consigo misma. Aunque la sociedad intente corregir la conducta de los hombres para vivir en armonía, este es naturalmente malvado y siempre buscará su propio interés. Si bien es una visión un tanto pesimista, esto parece ser a lo que apunta Golding: aunque el grupo quiera y necesite estar unido por el bien común, el individuo siempre sacará provecho de las debilidades de los otros y se dejará llevar por los instintos para satisfacer sus necesidades individuales sin medir las consecuencias.