Resucitar el Lazzaro que llevamos adentro

Hierofanía

En el cierre de alguna noche, en un bar céntrico, el recuerdo de Amarcord de Federico Fellini, recuerdo distorsionado y caprichoso, se conectó con Lazzaro felice de Alice Rohrwacher: cierto cristianismo distinto, embrujado y comunero que tiene algo de don Gump y es feliz como Demócrito.

La rudimentaria iluminación de una habitación hacinada se ilumina para el goce de una serenata. La gracia de las groserías, los dichos populares, las supersticiones y  el hambre pantagruélico de un festejo evocan el espacio rural in-violado de Inviolata.

Entre saltos temporales como golpes de iluminación, fábulas y relatos míticos de licantropía, la belleza de la fotografía, por parte de Hélène Louvart, que parece, por momentos, una exquisita filmación casera, está dada por la elección de filmar en 16mm donde las texturas de colores se vuelven luminosas y naturales; de un cine añoso e intemporal.

La mirada “denegadora” de Lazzaro puede tomar toda la fuerza de otra mirada sobre la propiedad del otro que se vuelve otra mirada sobre su propia desposesión. Una pasión de reapropicación: de manera extraña, la empleada doméstica Antonia, mientras es ayudada por él, creyéndose en su casa, le gusta cómo son los cubiertos de plata, cómo luce la casona, goza de la cocina mejor que los dueños de la vivienda. Denegación por la cual la herejía surge en la mirada inocente del desposeído, como trance extasiado por el rayo religioso o de legitimación estética.

Luego de pasado un año de la Revolución Francesa, la Crítica del Juicio de Kant se asienta como contemporánea de un siglo y de pueblos que se enfrentan al problema de la libertad, la igualdad y la fraternidad con la coerción.

Uno de los diálogos claves de la película entre el hijo oxigenado y la marquesa pudiente dice:

H – ¿no tienes miedo?

M – ¿de qué?

H – De que se enteren de la verdad.

M – Los seres humanos son como los animales. Si los liberas, se dan cuenta de que son esclavos encerrados en su propia miseria. Ahora sufren, pero no lo saben.

H – Hermosas palabras.

M – Yo los exploto a ellos y ellos explotan a ese pobre hombre (Lazzaro). Es una cadena. No se pude hacer nada.

H – Quizás él no se aprovecha de nadie.

M –  Eso es imposible.

Lazzaro cumple con todos los favores que le piden. Juegan con su bonhomía que se pierde en las plantaciones del hacendado del pueblo. Se da pan a quien no tiene dientes: a la víbora venenosa de la hacienda. Sin embargo, en lo alto de una colina el impasible y servicial, de breve sonrisa, Lazzaro tiene su refugio entre árboles de frutas nativas. Pero el intruso Tancredi, con aristocracia ochentera, se apropia del lugar y finge, en simulacro de hermandad, un secuestro, de quien sino otro, Lazzaro es el secuestrador.

Kant afirma, en el juicio estético, que puede ser un ejercicio diferente del conocimiento ya sea erudito o popular. El discurso que enuncia que el pueblo no es capaz de hacer alguna vez un uso apropiado de la libertad, anuncia también que lo bello es un asunto, o de parámetros ilustrados , o del  gusto de los sentidos distinguidos: en ambos casos, fuera del alcance de la gente común.

En otra escena significativa, con la llegada de la policía a Inviolata, uno de ellos dice: hablo de la escuela. A lo que los aparceros le contestan: ¿qué escuela?, ¿la escuela? Eso es para los ricos. El policía azorado responde: ¿cómo que para los ricos? Todos van a la escuela.

Sostiene Kant que se puede juzgar una obra y sentir placer al hacerlo ignorando si fue la vanidad y codicia de los poderosos lo que la hizo edificar al costo de la sudor de los sin techo.  Es, por cierto, una afirmación polémica, reprobable y que deniega. Sin embargo, también, deniega que el mundo tenga que ser hasta su congelamiento com-partido entre los poderosos y los desposeídos. Deniega que la idea de igualdad tenga solamente como finalidad el aplastamiento ejercido en nombre de un pueblo incapaz de ejercer sus derechos.

Lazzaro no se cayó del cielo, rompe con la ortodoxia de la narración cronológica que deviene en obra imprevisible, detenido en el tiempo, encuentra alegría y bondad donde la decepción y la mentira están alrededor.

El epílogo magistral de Lazzaro felice deja en silencio al órgano eclesiástico y en un estado sublimado la música religiosa sigue a ese diablo, fantasma que dicen es Lazzaro. La música se hace amiga del pueblo. Se da el rapto de la propiedad cultural “legítima”.

Hay quiénes se preguntan si los diferentes grupos sociales son más o menos sensibles a la música culta. El pianista, en una de las últimas escenas, pulsa las teclas pero reina el mutismo. La monja blanca práctica un discurso que hace creer a quienes no estarían acostumbrados a valorar las obras cultas:

– No, no, no, no… Ustedes no pueden quedarse aquí, deben irse. Es una ceremonia privada. Por favor, váyanse.

A lo que se le contesta:

–Solo queríamos escuchar un poco de música.

Captura de Lazzaro felice

Kant distingue el placer estético que viene del juicio de lo Bello del placer de los sentidos. Lazzaro un aparcero campesino, que aprecia el café en Inviolata, reconoce la belleza de la música. El arte religioso que perdura en aplicar su silencio al pedido de la desacralización. En esta escena se percibe una indigestión para con una propiedad que pueden tener en común la música y la religión: lo que inquieta y es imprevisto a la elección de los que eligen.

El filósofo prusiano rechaza esta absolutización de la brecha entre “naturaleza” popular y “cultura” de la elite. Busca una igualdad sensible por llegar, una superación de las barreras. La apuesta kantiana, que quizás sea difícil de aceptar, propone la posibilidad de diferenciar lo común del sentimiento estético de la suntuosidad de la dominación y de las idoneidades del saber.

Baudelaire, escuchando a Kant, en el aire de la época, comenta:

“¿qué más trivial que la mirada de la pobreza sobre la riqueza vecina? Pero el sentimiento se complica con un orgullo poético, una voluptuosidad vislumbrada y de la cual uno se siente digno… Nosotros también entendemos la belleza de los palacios y de los parques. Nosotros también sabemos el arte de ser felices.»

Lazzaro felice: ficción de lo posible que responde a la ficción de lo imposible.