Esto no es un texto (II)
En la primera parte de este artículo estuvimos tratando el problema de la percepción de diferentes obras y cómo para algunos autores estamos condicionados en el momento de la recepción por determinados factores, ya sea por la influencia de otras obras, personas o nuestra propias circunstancias. La suma de estos factores definirá nuestra interpretación de la obra, y por lo tanto, según las teorías de Jauss, Iser y Eco, la obra en sí misma.
En esta segunda parte nos cuestionaremos hasta qué punto es válido sostener que una obra “se hace” cuando se percibe, y cómo el concepto de arte y artista se ha transformado en nuestra época.
Existen varios criterios que establecen formas de validar el arte, las anteriormente mencionadas hacen especial hincapié en el lector u observador, en su sentir y su experiencia. Entre estos pensadores encontramos a Derrida, -quizás el más extremo de todos- que tomando como punto de partida la idea la arbitrariedad del significante plantea que el sentido de las obras es inestable, a veces, inexistente, por lo tanto, las interpretaciones no tienen límites.
En el caso del concepto de Obra Abierta (que tratamos en la primera parte de este artículo) se permite más libertad al lector para buscar el significado y la razón de la obra, aunque también Eco aclara que la misma obra es la que debe poner límites para que pueda ser entendida “como es debido”. Por lo tanto, y a diferencia de la mayoría de los autores de esta corriente de pensamiento, para Eco pueden existir interpretaciones erróneas. De esta forma se admite que no todo es responsabilidad del lector u observador.
Es importante recalcar esto porque a ello apuntamos: es válido que las nuevas teorías literarias y artísticas promuevan la participación del individuo para que cada uno pueda llevar la obra a “su mundo” y liberarse de aquellos siglos de cánones rígidos, pero si toda obra depende de cada interpretación y hay tantas obras como interpretaciones, ¿dónde queda el concepto de la obra en sí misma y su mensaje?¿Dónde queda eso que hay que decir?
Antiguamente, cada objeto era una forma de imitación del mundo, una copia de la realidad; luego comenzamos a validar el arte a través de la “intención del artista”; hoy no hay una regla con la cual medir el objeto artístico, la obra es más bien aquello que el consumidor crea que es.
El arte como lo conocíamos murió. Podemos marcar su fecha de deceso en el año 1917, cuando Marcel Duchamp presentó un urinario como una fuente, haciendo de la ironía una nueva filosofía.Nacieron los ready-made, objetos ordinarios con los que se realizaban muestras artísticas: una rueda de bicicleta sobre un banco o un perchero. Estos eran la representación de un objeto acabado, un arte sin técnica, propio de una era del consumo; masticado, digerido, que no requiere por parte del observador ningún tipo de esfuerzo intelectual. El ready-made se trataba de una distracción, no existía ni una expresión del individuo, ni una exposición sobre un tema en particular. La idea era romper con la idea del arte, la deconstrucción de los signos: el vacío.
En el mundo de las letras esta deconstrucción se hace evidente con del Dadaísmo (del que Duchamp también fue parte) que surgió en 1916, con la intención de romper todos los códigos artísticos existentes. Dadá es un juego basado en el absurdo y en la carencia absoluta de valores. Sus más proclamados poemas nacían de mezclar palabras en una bolsita e ir sacando palabra por palabra hasta acabar con ellas; acabar con la palabra era su forma de poesía.
Estos movimientos son típicos de una época liquidada. En plena Primera Guerra Mundial era lógico creer que no habría mañana. Los artistas, hartos y desesperanzados plasmaron en sus obras el rechazo a los valores sociales y estéticos de todos los tiempos, haciendo hincapié en el absurdo, y negando la racionalidad, que no era funcional para el hombre. Sus muestras y representaciones artísticas tenían como finalidad dejar perplejo al público, en un estado de shock para que éste cuestionara el verdadero sentido de los convencionalismos.
Ya han pasado cien años desde que estos movimiento salieron a la luz y muchos de sus conceptos siguen vigentes. Es lógico ¿acaso alguna vez, desde el mil novecientos, ha dejado de ser el fin de los tiempos?
Vendemos y consumimos Arte para cansados – concepto que se puede leer en algún pasaje de Nietzsche – quien criticaba duramente el movimiento artístico post-industrial en el que el hombre cansado de tanto trabajar, vuelve a su hogar y dedica unas pocas e inútiles horas a ser creativo. Este hombre ya carece de energía creadora y pasa a convertirse en el “artista cansado” y el “espectador cansado”, imposibilitados de disfrutar de la grandeza del arte.
El Arte para cansados: el arte de la destrucción, el agotamiento, el kitsch, utilizado hasta el aburrimiento en este siglo, lo que ha transformado a las obras en simples expresiones individuales que no necesitan ser entendidas ni analizadas. Se pone así en cuestionamiento su mera razón de existir, cuando ya no hay mensaje para comunicar y su función se limita a ser una suerte de espejo o escenario del autor.
Música para pastillas
Los artistas posmodernos se jactan de ser únicos, ir en contra de los cánones y destruir los íconos. Se diluye la línea que separa la realidad de la representación, se mezclan tiempos y conceptos, características propias de la era: interculturalidad, pluralidad, mass media. El nuevo orden es el desorden.
El mundo se configura a través de otra reglas.
El lenguaje ya no es fiel a la realidad, es una cosa arbitraria, sin sentido. No funciona para describir ni lo que vemos, ni lo que sentimos, ni lo que somos. Sólo queda la parodia, lo bizarro -altamente valorado en estos tiempos- en los que no hay lugar para el talento.
¿Podemos acaso decir que la popularización de arte es responsable de su muerte?
Cuando el arte sólo podía ser contemplado y exhibido por algunos pocos pertenecientes a las más altas esferas de la sociedad, todos tenían claro qué era arte y qué no lo era. Hoy, al querer acercar al arte a todos los individuos y creer que “cualquiera puede ser artista” ¿caemos en la negación del virtuosismo?
Queremos un arte popular al que todas las personas tengan acceso, pero no por ello debemos caer en la mediocridad y pasar de contemplar y crear las obras mediante una técnica a consumirlas como un paquete de papas fritas, mediante la cultura “use y tire”, en la que no se requiere un esfuerzo ni por parte del artista ni por parte del lector u observador.
Nuestro arte está borracho de Dioses. Como no encuentra una justificación ni un mensaje parece existir como una simple expresión del artista, una muestra de talento, un llamado de atención, un grito entre las voces que dice “mírenme, soy especial”. El escritor/el escultor/el pintor, ya no es el puente que nos aproxima a la obra; el artista es la obra. El objeto artístico es un individuo desnudo (o muy vestido -¿?-), influenciado por la loca necesidad humana de la aprobación de nuestros pares, el requisito de marcar un rasgo de diferencia, de mostrarse irrepetible e indiscutible. El ego en su máxima expresión.
A la exacerbación del individualismo debemos sumarle la falta de criterio para calificar al arte hoy en día. Al no existir un canon que nos diga qué puede ser denominado obra y qué no, estamos sujetos a las interpretaciones de cada individuo, volviendo una vez más -en un ciclo infinito- al sujeto.
Pues, al final, cada uno dirá qué considera arte, cuándo y cómo dependiendo de su ánimo, sus circunstancias y su lugar en el mundo, lo que el artista sentía, lo que le pasó en ese momento en particular, etc. Existirán un sin fin de razones por las cuales considerar que esa obra significa X o Y y ambas suposiciones será correctas. Una vez más, apoderándose de todo, el relativismo. Con el relativismo no necesitamos explicar nada a nadie, no hay razones y si las hay son relativas. No hay opiniones, ni criterios y si las hay ¿quién soy yo para juzgar? Es relativo.
Y así, en este “vale todo” mental y cultural, dejamos de nombrar las cosas y plantear criterios por miedo a herir las sensibilidades y libertades de los hombres posmodernos.
Vivimos tiempos donde da miedo o no tiene sentido nombrar las cosas. Duchamp, entre otros de su época, ha sido el primero en romper con los moldes y las estructuras, despojándose y despojándonos de nuestras costumbres. Cuidado, podemos justificarlo. De hecho, debemos. Fue uno de los primeros en pararse de frente, gritar y romper con todo lo establecido.
Al día de hoy seguimos repitiendo su modelo, intentando matar cánones muertos hace rato. Seguimos rompiendo cuando ya no hay nada que romper. La pregunta que debemos hacernos es: ¿Cuándo vamos a dejar de romper y empezar a construir?