Transculturación, inmigración y anarquismo
Los factores que impulsaron la emigración de europeos sobre fines del siglo XIX fueron diversos; la ruina de las pequeñas industrias y comercios que no pudieron competir con las grandes fábricas, la desocupación masiva generada por el cercamiento y la mecanización del trabajo agrícola y las persecuciones políticas sindicales o religiosas, entre otros. Irse de la Tierra madre no era fácil, pero más que un viaje para “probar en el extranjero”, emigrar era escapar de la miseria. La pregunta era ¿a dónde ir, a qué sitio donde se pueda volver a empezar? Muchos de los campesinos que querían irse de aquellos pequeños pueblos europeos encontraron una esperanza en Uruguay, donde se desarrollaban diferentes políticas de inmigración para dar empuje a la nueva nación.
El inmigrante europeo que llegó a la nueva nación escapaba de la miseria, la desocupación y la marginación, para renacer en un país prometedor. En la década de 1830 hubo un fuerte empuje migratorio en nuestra tierra, época en la que llegaron miles de italianos, españoles y franceses, entre otros. Al comenzar la Guerra Grande, la inmigración se interrumpió (incluso hubo inmigrantes que decidieron irse), pero al finalizar el conflicto, llegaron más inmigrantes. Sobre la segunda mitad del siglo aumentó aún más la llegada de españoles e italianos, de forma poco formal y desorganizada.
En 1890 el Estado uruguayo intervino directamente para regular el creciente fenómeno: se creó la Dirección General de Inmigración y con ella también varias normativas que daban facilidades a los recién llegados. Además, para reforzar esto, se crearon diferentes estrategias de integración. El autor Felipe Arocena en su “Elogio de la diversidad” sostiene que la clave fue minimizar las diferencias culturales:
“En el marco de este proyecto nacional, la estrategia política del Estado fue limar las diferencias sociales, étnicas y religiosas, minimizando la simbología que pudiera hacer referencia a los países de origen de los inmigrantes, relativizando los antagonismos ideológicos y achicando el espacio público de lo religioso, en un estado que ya se había separado de la religión hacía tiempo.”
Una valija de creencias
Los viajeros no solo traían a Uruguay las ganas de volver a empezar. Eran portadores de una visión del mundo diferente, de una cultura distinta. Cargaban con anhelos, valores, costumbres e ideologías que acá eran toda una novedad, o una cosa extraña. La intensa movilidad internacional vino de la mano de una fuerte transculturación, fenómeno que sentó las bases de la nueva nación.
En este contexto de fusión de culturas, los uruguayos no solo tuvieron la posibilidad de recibir diferentes tradiciones gastronómicas y mezclas lingüísticas. También aprendieron a pensar diferente, a cuestionar la realidad con otros ojos. Dentro de las corrientes ideológicas que ingresaron con la inmigración, una de las más transformadoras fue el anarquismo, que tuvo un fuerte impacto en nuestra sociedad.
La sociedad uruguaya del 1900 experimentaba numerosos cambios a nivel cultural, político y económico. Los habitantes que pasaron de ser un grupo bárbaro a una sociedad disciplinada, con una cultura civilizada (Barrán, 2014). En un país carente de tradiciones ancestrales, quienes inmigraron en plena modernización alimentaron el carácter europeo de nuestro país.
La organización laboral como motor de cambio
La mayoría de los inmigrantes italianos y españoles formaban parte de la clase baja y trabajaban como quinteros, peones, obreros y artesanos y convivían en los conventillos y en las orillas con los “compadritos”, inmigrantes del interior expulsados por la modernización rural.
El inmigrante del interior y el del exterior fueron el motor de las nacientes industrias uruguayas. Como obreros, sus condiciones de trabajo eran inhumanas y sus garantías, inexistentes. A medida que fue creciendo la industria, los obreros se organizaron para luchar por un trabajo digno. Ahí fue donde el anarquista jugó un rol esencial.
Primero se organizaron para realizar diferentes protestas y huelgas. Crearon las sociedades de socorros mutuos o mutuales para prestar ayuda a los obreros enfermos o imposibilitados para trabajar. Esta experiencia de trabajo en conjunto los llevó luego a crear sindicatos y hallaron en el anarquismo una ideología de fuerza para la organización y valores para encaminar su lucha: libertad individual, rechazo a la intervención del Estado, educación como motor de desarrollo social.
A diferencia de otras corrientes ideológicas, los anarquistas consideraban que la acción directa era el medio para el reclamo y que la organización debía ser llevada a cabo por la unión voluntaria de los trabajadores libres. Las nacientes corrientes anarquistas (anarcosindicalismo y comunistas anárquicos) impulsaron los más esenciales reclamos para mejorar las condiciones laborales de los obreros y crearon una conciencia de clase con el objetivo de buscar una sociedad sin explotación laboral.
Para 1905 casi todas las grandes industrias del país tenían su propio sindicato. Por iniciativa de la Federación de Trabajadores del Puerto de Montevideo, ese año se reunieron en asamblea los delegados de todos los sindicatos del país. De esta reunión nació la Federación Obrera Regional Uruguaya (FORU), la primera central sindical del Uruguay, que tenía al anarquismo como su fundamento y base ideológica.
La voz de los ácratas
La concepción de la lucha obrera no fue lo único traído de Europa y adoptado en Uruguay, otro de los fenómenos de transculturación del anarquismo fue el cambio en la vida intelectual, en los cafés, en la producción literaria y en los periódicos. Los anarquistas crearon el Centro Internacional de Estudios Sociales, espacio de discusión de los revolucionarios libertarios que enriquecieron el panorama cultural del país. En este centro convivieron y discutieron figuras como Florencio Sánchez y Roberto de la Carreras, entre muchos otros ácratas, que promovían la formación intelectual de los trabajadores a través de bibliotecas, grupos de teatro y periódicos.
Una vez instalado en nuestra tierra, el anarquismo buscó su propia voz y un canal para ser escuchado. Así fue que muchos intelectuales de esta corriente impulsaron la creación de enciclopedias, diarios, revistas e imprentas. Entre los periódicos locales se destacan el Solidaridad, de la FORU; El Trabajo, el primer diario revolucionario de Uruguay; Tribuna Libertaria, órgano del Centro Internacional de Estudios Sociales, entre otros.
La estrategia era la apropiación de los medios de producción y distribución de la cultura para poder expandir sus valores culturales e ideológicos. Se instalaron varios Centros de Estudios Sociales que ayudaron a trasladar los debates sobre asuntos públicos al ámbito popular, cosa que antes estaba reservada solo para los burgueses.
Lo que nos dejaron
Los nuevos círculos que se crearon entorno a los ideales anarquistas hicieron de la ciudad de Montevideo «un refugio de los perseguidos del mundo” (Rama, 1969). Así fue que muchos extranjeros italianos, españoles y también, los vecinos argentinos, llegaron y se unieron para compartir y discutir diversas ideas sobre educación y organización del trabajo, negando toda autoridad social impuesta sobre el individuo.
El anarquismo en Uruguay fue toda una revelación para una nación que se encontraba en pleno pasaje hacia la modernidad. Las posteriores reformas laborales, como la Ley de las 8 horas del Batllismo, fueron en gran parte un logro de esta corriente. Sin dudas, el contexto político hizo lo suyo, pero no podemos ignorar una lucha sindical que duró casi dos décadas.
El anarquismo ejerció una enorme influencia en la cultura popular; el hombre común se enriqueció a través del diálogo con sus pares y el cuestionamiento de las autoridades, y cambió su vida en búsqueda de una sociedad libre, sin diferencias de clase y por sobre todo, humanitaria.