Me canso de ser hombre: el Neruda residente

Neruda hombre. Neruda escritor. Neruda comunista. Neruda hispano. Neruda Nobel. Neruda embajador. ¿Qué no fue Neruda? ¿Qué no escribió? ¿Qué queda por decir de alguien que ya parece haber dicho todo? El problema de Neruda es el mito Neruda, la figura popular, la asociación automática a un “es tan corto el amor, y es tan largo el olvido”. Neruda fue un poco más que fórmulas fáciles, lugares recurrentes; Neruda fue un proceso.

Imagen de Pablo Neruda

Nacido en 1904, menor a Vallejo y Borges, Pablo Neruda, seudónimo de Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto, fue un poeta que se vinculó a muchas corrientes e ismos. Los negó todos, o casi todos. Recorrió varios ciclos y fue un escritor muy prolífero. Los críticos coinciden en que escribió mucho y sin errores, lo que representa uno de sus mayores logros. Sin embargo y a pesar de sí mismo, actualmente es un cliché de las letras. Nombrarlo es caer en un lugar común, y pensar en su poesía es pensar en un sitio donde vive un amor berreta, las canciones desesperadas, un eterno inventario de sentimientos flojos. Superada esta asociación, y en afán de ser más justos, hay quienes lo recuerdan como un político que escribía, vinculando la obra nerudiana a un manifiesto ideológico: “No quiero que me den la mano empapada con nuestra sangre. Pido castigo.” (“Los enemigos”). Pero esta memoria tampoco es suficiente.

Estas etiquetas no le hacen justicia, pero ¿hay alguna que lo haga? ¿Cómo se puede abarcar lo inabarcable? A razón de una insuficiencia de nombres, se lo engloba en estos dos ámbitos, olvidando uno de los periodos más ricos y originales del escritor: el periodo existencialista, tiempo en el que supo ser un embajador oscuro, un residente en la Tierra, encargado de catalogar (ni siquiera con fuerzas de denunciar) la podredumbre del mundo, el sinsentido de la vida.

Una poética prohibida para la juventud

Contrariamente a la imagen popular de Neruda, supo existir un escritor existencialista y angustioso, que tuvo voz en los versos de Residencia en la Tierra. La producción de esta obra abarcó aproximadamente unos diez años (1925-1935) en la vida del autor, donde confluyen sus experiencias en Chile, Argentina, colonias como Rangún y Colombo y más tarde, España. La vida del escritor fue en aquella época particularmente difícil y solitaria: no solo por sus constantes viajes hacia rincones del mundo abandonados por Dios, sino por el desconsuelo general tras la Primera Guerra Mundial, una Guerra Civil Española por explotar en su puerta, el exilio de sus amigos y la caída del hombre moderno.

Más tarde, Neruda renegó sobre los versos producidos en aquella época. Al publicar Canto General en 1950 declaró que:

Contemplándolos ahora, considero dañinos los poemas de Residencia en la Tierra. Estos poemas no deben ser leídos por la juventud de nuestros países. Son poemas que están empapados de un pesimismo y angustia atroces. No ayudan a vivir, ayudan a morir.

Estas declaraciones coinciden con la propuesta de Amado Alonso, quien sostiene que los poemas de Residencia tienen connotaciones puramente negativas, donde el escritor sufre una metamorfosis: en ella se pierde la concepción de la poesía como un arma de combate y surge el poeta como un mero espectador del mundo. En esta “falla” radica la riqueza de la obra, a través de la cual Neruda vive su primer encuentro con el existencialismo.

“El hombre es el no-ya-hecho”

El existencialismo en Neruda fue, como en toda su obra, un ciclo con principio y fin, que transitó acompañado a numerosos escritores e intelectuales, muchos de ellos incluidos en el fenómeno de la Poesía Desarraigada, como Rafael Alberti y Miguel Hernández, corriente que alzó la voz de aquellos hombres que cargaban una importante angustia vital. Si bien esta tendencia alcanzó su auge un poco antes de empezar la Segunda Guerra Mundial, a Neruda le fueron suficientes sus inicios para escribir una obra puramente existencialista como Residencia.

Después de la Primera Guerra Mundial, el existencialismo era algo que se palpaba en el aire. Tuvo su expresión en fenómenos aislados, pero su verdadero peso filosófico surgió sobre la década del 40, cuando el padre del la corriente, Jean Paul Sartre lo expresó en su obra El existencialismo es un humanismo. La tesis fundamental de esta corriente sostiene que la existencia precede a la esencia: el hombre no tiene esencia en la naturaleza, solo es lo que él mismo se ha hecho. El hombre es, por tanto, un proyecto subjetivo, responsable de sí mismo y de todos los hombres. Esta libertad y responsabilidad conlleva angustia y desamparo: no hay una única verdad, no hay una guía para hacer el bien, es el propio hombre en que debe inventarse una moral que le sirva para vivir y ordenar el mundo.

Sartre sostiene en su teoría que el hombre existe en laImagen de Jean Paul Sartre medida que se realiza, lo que vuelve a confirmar que el destino está solamente en sus manos y revela una de las verdades más angustiosas y desesperadas de la época: la vida no tiene un sentido a priori. Al afirmarse la independencia del hombre, se renuncia a Dios y se pierde el sentido; este dependerá de lo que cada individuo haga con su vida y qué valores cree para guiarse. En este sentido, “el existencialismo es un humanismo”, porque es el hombre el único legislador del hombre.

Los poetas de esta época vieron ante sus ojos la caída de los grandes ideales de la modernidad y hallaron en la filosofía existencialista algunas de las respuestas con respecto a la naturaleza humana y la libertad de elección; lo que les permitió ver la decadencia y el sinsentido del mundo. Los grandes artistas y hombres de letras eligieron sumergirse en el pesimismo, la soledad y la resignación. El Neruda residente así lo hizo, y expresó con sus letras una extrañeza a la naturaleza, a las personas, a sí mismo, rodeándose de preguntas y experiencias que lo desorientaron cada vez más.

En la poesía existencialista de Neruda el yo lírico se fracciona. El sujeto está disperso, deshecho, y entra en contacto con un afuera también deshecho y extraño, que no se puede explicar a través de la razón, solo se puede demostrar a través de un conteo de objetos, en una intención por apropiarse de un mundo que se muestra como un no-mundo, alejado de los hombres, de la vida y de Dios.

Las residencias

Residencia en la Tierra es la tercera gran obra de Neruda, y se dividió en tres partes. La Primera Residencia se publicó en 1933, cuando ya producía poemas para la Segunda Residencia, la cual se publicó en 1935. Un poco después, luego de vivir un tiempo en España, cerró la obra con la producción de la Tercera Residencia, dando un final a una época de reflexión, angustia y dolor, que fue recibida por la crítica con el mismo extrañamiento con la que fue producida.

La poética de Residencia no solo responde a una época histórica, sino que es además una obra biográfica, donde el poeta refleja uno de los momentos de mayor soledad y tristeza de su vida. En esta etapa Neruda elabora una importante conciencia crítica sobre su trabajo, expresando dudas sobre su propia capacidad de decir y explicar el mundo. Las palabras le resultaban insuficientes para dar significación. Hay una exterioridad inalcanzable, una realidad opaca que no solo desustancializa las cosas, sino también al propio sujeto observador.

4.1.1

Las interpretaciones de esta obra son diversas. Su verdadero mensaje se halla en la identificación del yo lírico, penetrando en la oscuridad para explicar su universo y explicarse a sí mismo, a través de diferentes signos e imágenes que muestran la experiencia del hombre en la Tierra. El residente usa la contracción, la negación y la simbología y se transforma en un testigo oscuro, quien de acuerdo a los estudios de Hernán Loyola, genera una dependencia con el afuera en búsqueda de un sentido hacia adentro. El residente será un testigo, pero no pasivo, sino a la espera de la señal del afuera que de fin a aquellos días de homogeneidad, vacío y olvido.

La voz poética, que representa al sujeto residente, intenta penetrar en la vida y hacerla profética. Esta obra es un trabajo necesario y pedido desde una oscuridad totalizadora. El sujeto, que se sustituye y se mutila constantemente, es todos y nadie a la vez y solo se explica a través de su relación con la Tierra: un sitio inconsistente, destructivo y sinsentido.

Las sombras, las cenizas y el espacio

Los poemas de Residencia exigen al lector hacer énfasis en las huellas y en las formas que aparentan.  Neruda pinta el mundo a través de ellos, mezclando los sentidos y atestiguando el afuera, que acaba siendo reflejo del interior del poeta, los sujetos, la humanidad en su conjunto. Dentro de su apariencia impenetrable, estos poemas proyectan sombras que señalan las dimensiones del espacio y del tiempo, demostrando que la existencia es el fin último, el único acceso hacia la Verdad.

Para acercarnos un poco más a la comprensión de estos poemas, seleccionamos los más representativos y alabados por la crítica: “Galope Muerto”, “Arte Poética” y “Walking Around”.

Galope Muerto

Como cenizas, como mares poblándose,
en la sumergida lentitud, en lo informe,
o como se oyen desde el alto de los caminos
cruzar las campanadas en cruz,
teniendo ese sonido ya aparte del metal,
confuso, pesando, haciéndose polvo
en el mismo molino de las formas demasiado lejos,
o recordadas o no vistas,
y el perfume de las ciruelas que rodando a tierra
se pudren en el tiempo, infinitamente verdes.

Aquello todo tan rápido, tan viviente,
inmóvil sin embargo, como la polea loca en sí misma,
esas ruedas de los motores, en fin.
Existiendo como las puntadas secas en las costuras del árbol,
callado, por alrededor, de tal modo,
mezclando todos los limbos sus colas.
Es que de dónde, por dónde, en qué orilla?
El rodeo constante, incierto, tan mudo,
como las lilas alrededor del convento,
o la llegada de la muerte a la lengua del buey
que cae a tumbos, guardabajo y cuyos cuernos quieren sonar.

Por eso, en lo inmóvil, deteniéndose, percibir,
entonces, como aleteo inmenso, encima,
como abejas muertas o números,
ay, lo que mi corazón pálido no puede abarcar,
en multitudes, en lágrimas saliendo apenas,
y esfuerzos humanos, tormentas,
acciones negras descubiertas de repente
como hielos, desorden vasto,
oceánico, para mí que entro cantando
como con una espada entre indefensos.

Ahora bien, de qué está hecho ese surgir de palomas
que hay entre la noche y el tiempo, como una barranca húmeda?
Ese sonido ya tan largo
que cae listando de piedras los caminos,
más bien, cuando sólo una hora
crece de improviso, extendiéndose sin tregua.

Adentro del anillo del verano
una vez los grandes zapallos escuchan,
estirando sus plantas conmovedoras,
de eso, de lo que solicitándose mucho,
de lo lleno, obscuros de pesadas gotas.

Este es el poema que da entrada al poemario, donde se muestra un mundo inconsistente. Ya en su título puede notarse “Galope muerto” es un oxímoron, que muestra quietud y movimiento simultáneamente. Los signos que reúne son signos de lo mal logrado, pareciera que todo el texto es una visión de un mundo apocalíptico.

Como es propio de la vanguardia, este poema, como muchos de la Residencia, rompe con la sintaxis. Hay frases incompletas, fragmentarismo y desinterés en la puntuación. Hay una suerte de violencia gramatical y expresiva que solo puede ser reflejo de la violencia y confusión del mundo.

Este, al igual que muchos de los poemas de la obra, es un repertorio de objetos inútiles, de parte de un mundo que se desintegra. El yo lírico es testigo visual del caos y hace, por tanto, un inventario de la destrucción.  Las características generales de este poema se dan en casi todo el libro.

Arte poética

Entre sombra y espacio, entre guarniciones y doncellas,
dotado de corazón singular y sueños funestos,
precipitadamente pálido, marchito en la frente
y con luto de viudo furioso por cada día de vida,
ay, para cada agua invisible que bebo soñolientamente
y de todo sonido que acojo temblando,
tengo la misma sed ausente y la misma fiebre fría
un oído que nace, una angustia indirecta,
como si llegaran ladrones o fantasmas,
y en una cáscara de extensión fija y profunda,
como un camarero humillado, como una campana un poco ronca,
como un espejo viejo, como un olor de casa sola
en la que los huéspedes entran de noche perdidamente ebrios,
y hay un olor de ropa tirada al suelo, y una ausencia de flores
—posiblemente de otro modo aún menos melancólico—,
pero, la verdad, de pronto, el viento que azota mi pecho,
las noches de substancia infinita caídas en mi dormitorio,
el ruido de un día que arde con sacrificio
me piden lo profético que hay en mí, con melancolía
y un golpe de objetos que llaman sin ser respondidos
hay, y un movimiento sin tregua, y un nombre confuso.

En este poema se quiere enviar un mensaje sobre el arte, en el que se plasma el proceso de nacimiento del artista o poeta desde la materia y sus ciclos. El cuerpo del poeta toma forma a través de las cosas, su existencia depende del afuera y en el afuera solo reina la violencia y el caos.

No tiene separación de estrofas, todos los versos parten de la mismo oración, lo que demuestra nuevamente la predominancia de la violencia. La oscuridad y la vigila se hallan también a través de esos “huéspedes que entran de noche”. El yo lírico reside en una realidad deshecha, a la que le cuesta nombrar. El “nombre confuso” refiere a esto último, donde se sugiere que la función de la nominación en las letras necesita de una materialización para llevarse a cabo.

Walking Around

Sucede que me canso de ser hombre.
Sucede que entro en las sastrerías y en los cines
marchito, impenetrable, como un cisne de fieltro
navegando en un agua de origen y ceniza.

El olor de las peluquerías me hace llorar a gritos.
Sólo quiero un descanso de piedras o de lana,
sólo quiero no ver establecimientos ni jardines,
ni mercaderías, ni anteojos, ni ascensores.

Sucede que me canso de mis pies y mis uñas
y mi pelo y mi sombra.
Sucede que me canso de ser hombre.

Sin embargo sería delicioso
asustar a un notario con un lirio cortado
o dar muerte a una monja con un golpe de oreja.
Sería bello
ir por las calles con un cuchillo verde
y dando gritos hasta morir de frío.

No quiero seguir siendo raíz en las tinieblas,
vacilante, extendido, tiritando de sueño,
hacia abajo, en las tripas mojadas de la tierra,
absorbiendo y pensando, comiendo cada día.

No quiero para mí tantas desgracias.
No quiero continuar de raíz y de tumba,
de subterráneo solo, de bodega con muertos
ateridos, muriéndome de pena.

Por eso el día lunes arde como el petróleo
cuando me ve llegar con mi cara de cárcel,
y aúlla en su transcurso como una rueda herida,
y da pasos de sangre caliente hacia la noche.

Y me empuja a ciertos rincones, a ciertas casas húmedas,
a hospitales donde los huesos salen por la ventana,
a ciertas zapaterías con olor a vinagre,
a calles espantosas como grietas.

Hay pájaros de color de azufre y horribles intestinos
colgando de las puertas de las casas que odio,
hay dentaduras olvidadas en una cafetera,
hay espejos
que debieran haber llorado de vergüenza y espanto,
hay paraguas en todas partes, y venenos, y ombligos.

Yo paseo con calma, con ojos, con zapatos,
con furia, con olvido,
paso, cruzo oficinas y tiendas de ortopedia,
y patios donde hay ropas colgadas de un alambre:
calzoncillos, toallas y camisas que lloran
lentas lágrimas sucias.

Este es uno de los poemas más alabados de Neruda. Ya en su título notamos la influencia de Joyce, a quien Neruda ya había traducido.  El tema central del poema es tener que cargar con la vida “sucede que me canso de ser hombre”. El hombre del que habla el poeta es un hombre que reside en la ciudad y pasea por sastrerías y cines. Es, por tanto, un hombre urbano que está condenado a ver lo que pasa. El yo lírico paseante se parece mucho a la figura del flâneur, un paseante ocioso muy utilizado por Baudelaire en su poética.

El texto es como un monólogo interno donde las imágenes y los objetos caen como olas. La propia sintaxis hace que el poema tenga un ritmo tumultuoso. El paseante siente en su recorrido un importante malestar que quieren evitar, se cansa de lo cotidiano y busca esperanzas en lo absurdo: “sería delicioso asustar a un notario con un lirio cortado”.

Este hombre que no es hombre, que es solo manos, pies y uñas, observa el afuera con asco y tristeza. Sobre el final del poema, parece que el residente se reintegra a su sitio y lo acepta con resignación y tristeza.