Apuntes graves

I

El miedo y el temor no son sinónimos, diferenció alguna vez Martín Heidegger. El miedo a la muerte, por ejemplo, es un miedo que proviene de afuera, de algo o alguien que se presenta como un fenómeno externo; no perteneciente a nosotros.

En cambio el temor está en uno mismo, en el sujeto. El temor del individuo es consigo mismo. El temor es a la nada.

La asimilación de la muerte ha sido históricamente representada. Las cosmovisiones en los diversos pueblos a lo largo de la historia, han comprendido en sus interpretaciones del mundo y del cosmos, el papel que la vida y el cese de ésta significan.

Los viejos pueblos mesopotámicos o el antiguo Egipto creían que vida y muerte eran las dos caras necesarias de una sola cosa: el orden cósmico. Cualquier desbalance de aquel, llevaría a la destrucción definitiva. Luz y Oscuridad eran dos fuerzas que se mantenían en lucha eterna, y por cierto, los individuos poco podían hacer en esta batalla. A lo sumo, adherirse a la causa de las fuerzas creativas para combatir a la oscuridad. La vida ultramundana asociada a una acción temporal específica se irá desarrollando poco a poco desde entonces.

Y así, la fatalidad de la vida terrena inevitablemente interrumpida en manos de la muerte, para igualar a todos en la nada, poco a poco fue sustituida por otras interpretaciones que se fueron desarrollando.

Es el caso del pensamiento judeo-cristiano que, acuñando elementos de otras religiones asiáticas, fue en el transcurso de siglos, asociando a las fuerzas creativas con lo bueno y a las fuerzas destructivas con lo malo. Con la expectativa de la llegada del mesías, (verdadera síntesis de todo este proceso) la promesa de un reino ultraterreno y celestial amplió los horizontes de la vida para los seres humanos. Después de todo, habría al final del camino un estado atemporal e inmaterial, un estado de existencia suprafísico.

II

“Creo, porque es absurdo” dijo cierta vez Tertuliano (o al menos a él siempre le otorgan la autoría de esta frase). La fe no se racionaliza y va en contra de las certezas cotidianas. La existencia de Dios no se encuentra a través de la razón.

Más allá de que este autor nació en el siglo II de nuestra era, el Fideísmo (así se llama la corriente filosófica) se desarrolló hasta el siglo XX y aún continúa.

Pongamos otro ejemplo, cuando Blaise Pascal (siglo XVII) el célebre físico, matemático y filósofo francés, escribió en sus “Pensamientos”: “El silencio eterno de los espacios infinitos me aterra”, también en cierto modo había un sentido del absurdo.

La necesidad de encontrar un punto donde razón y fe se unieran, fue y es otro de los grandes móviles que ha desvelado a la filosofía y la ciencia en general del último milenio.

III

El viaje que Jasón y los Argonautas emprendieron en busca del vellocino de oro, es uno de los relatos famosos que compone la antigua mitología griega. Descrito y recordado en varias obras de la antigüedad greco-latina, aquel grupo de héroes sirvió de modelo imitable para muchos, por ser contenedor de apreciables cualidades humanas como aún lo son, la valentía, el coraje, la temeridad o la osadía.

Inspirado en estas hazañas, Sebastian Brant, humanista alemán del siglo XV, escribió su obra satírica “La nave de los necios”, que cuenta las aventuras de un grupo de individuos que se lanza a la aventura en una barca, en búsqueda de la “tierra de los locos”.

El viaje hacia confines desconocidos, que estos antihéroes o “tontos” realizan, ha sido más de una vez interpretado como un viaje hacia ellos mismos, hacia una interioridad que lejos de saberse razonable, no se detiene frente a los criterios de la prudencia.

Excluidos de la sociedad por su variable condición mental, estos necios viajan a su propia utopía; hacia un país seguramente ni terrenal ni realizable.

Jasón y los argonautas fueron héroes míticos. El héroe es tradicionalmente asociado a aquel elemento que provoca el cambio de una situación concreta, es decir del rito, para instaurar un nuevo mito. El antihéroe es la ruptura del mito transformado en tabú.

Sobre principios del siglo XVI, El Bosco, el famoso pintor flamenco, realizó su tríptico “La nave de los locos”. Tomando el viejo tema abordado por Brant, el pintor presenta a una serie de personajes (un bufón, una monja, un fraile, etc.) que formando parte de una ridícula empresa, se encuentran en plena catarsis de excesos mundanos, bajo la melodía de la sinrazón que tocan y cantan. A los ojos del pintor, ellos están congregados por lo desagradable de su mísera condición humana.

IV 

Erasmo de Rotterdam publicó su “Elogio de la locura” en 1511. La estulticia (que es la necedad o la insensatez) es hija de la falta de previsión, de lo inconveniente, de lo imprudente, de lo no pensado. De este modo se llega, dice el autor, a ser más cautos que aquellos que buscan un mejor estado de cosas desde la mesura y el recato como principal práctica de la razón.

El libro planteado en clave de discurso literario (una parodia) contiene como resultado, una cierta valoración del estado de sin razón como tal. La locura puede trazar algunos caminos de la razón.

V

Michel Foucault (era inevitable acudir a él; de hecho, estos apuntes se desprenden fundamentalmente de su lectura) dice que en la época del Renacimiento, “la locura fascina al hombre”. Véase el caso de obras capitales de la literatura universal como lo son “Don Quijote de la Mancha de Cervantes, “Hamlet” de Shakespeare, e incluso la ya referida obra de Erasmo.

“Cuando el hombre despliega la arbitrariedad de su locura, encuentra la oscura necesidad del mundo (…)” dice Foucault en su “Historia de la locura en la época clásica” (vol. 1) al momento de librar la eterna batalla entre sus virtudes y sus defectos.

Siguiendo su lectura, más adelante enumera las distintas pasiones que se encuentran en disputa de manera permanente dentro del individuo. La psicomaquia es el encuentro violento dentro del sujeto, entre la esperanza y la desesperación, entre la paciencia y la cólera, entre la concordia y la discordia, entre la obediencia y la rebelión.

Por último, dice el autor francés: “La locura no tiene tanto que ver con la verdad y con el mundo, como con el hombre y con la verdad de sí mismo, que él sabe percibir. Desemboca en un universo enteramente moral. El mal no es castigo o fin de los tiempos, sino solamente falta y defecto”

VI

“El sueño de la razón produce monstruos”  es el grabado nº 43 de los Caprichos de Francisco Goya. Estamos en los comienzos de la época contemporánea y auge pleno de la Ilustración.

A lo largo de estos siglos siguientes, y entre tantos otros nombres que no se mencionarán, tenemos que, el Marqués de Sade sucumbe los últimos años de su vida en un asilo para locos; Vincent Van Gogh corre la misma suerte alternando las pensiones con los hospitales en Arlés; Friedrich Nietzsche y Antonin Artaud transitan caminos similares antes de su muerte.

Desde los tiempos del Renacimiento se veía a la locura como el síntoma de decadencia moral de una civilización, o como la alteración de los trazos abstractos e inextricables de los caminos de la razón, o como una sencilla manera de resistencia frente al mundo, o la búsqueda de la idiotez como el mejor de territorios para poder morar lejos de las convenciones humanas. Tal vez, desde otras lecturas, también (por ejemplo) se la veía formando parte del ingenio creador en el arte y por lo tanto, de cierto modo, había una noción permitida de la sinrazón de la razón. Esto a lo largo del siglo XVII y XVII fue cambiando hasta comenzar a ver a la locura como una enfermedad que incapacitaba a los individuos a desarrollarse a pleno en la modernidad capitalista. El diagnóstico mediante las ciencias de control desarrolladas hasta el siglo XX determinó el encierro de la persona como primer método para su cura.

Foucault realiza en su “Historia de la Locura”, una labor histórico-filosófica, siguiendo y rastreando las causas de esta transformación. No es que la locura antes no fuera perseguida y después sí. En realidad lo que ha ido cambiando son las estructuras culturales de la sociedad moderna y contemporánea que han ido valorando distintos criterios según las épocas y distintos han sido los conceptos manejados para identificarla.

Se puede en ese afán de búsqueda incesante de la razón, explorar los diversos territorios del pensamiento y de la conciencia en general. Los hallazgos pueden ser productivos a través del lenguaje, pero también, al decir de Robert Darnton, se puede llegar a sus propios límites, en los cuales algunos, seguramente no hayan encontrado nada.