Crónica de un show de Buenos Muchachos
Era extraño ver la típica imagen de previa a un recital de rock, con gente tomando vino, fumando porro, conversando en grupos, en la majestuosa entrada del Solís. Pero así fue, porque los Buenos Muchachos tocaron en este teatro inaugurado en 1856, los días 23 y 24 de octubre. Son junto a los Traidores, las únicas dos bandas inscriptas dentro del llamado rock nacional que se dieron el gusto. Hacía tiempo lo habían pedido y ahora las autoridades les dieron la oportunidad. Prometían un show extenso, con canciones de todos los discos, solos, sin ningún invitado. Una noche especial.
Antídoto era lo que querían presentar, y con una especie de antídoto te recibían en la entrada.
Algo así como un licor, que los presentes tomábamos antes de entrar. Vaya uno a saber si para contrarrestar la energía que la banda desplegó en el escenario, o para asimilarla mejor. La entrada a la sala fue un tanto caótica, con gente preguntándose entre ellos y a los trabajadores del teatro donde le correspondía ir, mirando las entradas y recorriendo las puertas para llegar al asiento. Después del despelote, y ya con todos los presentes sentados en nuestras respectivas butacas, se dio una breve presentación de la que fue responsable un señor vestido de frac. Inmediatamente se subió el telón y apareció la banda en un escenario despojado de equipos, donde se encontraban únicamente los músicos con sus instrumentos, los trabajadores y sus herramientas. La Música.
El marco que le daba el Solís era impresionante, las imágenes de la cúpula, la ambientación, la iluminación, todo parecía perfecto para arropar las canciones de los Buenos Muchachos en el aire de la sala.
Empezó el recital y la atmósfera del teatro se fusionó con el sonido. La banda nos arrolló a todos los presentes con una catarata de canciones de todos los discos. Canciones que habitualmente no tocan como Hey luna hey, canciones largas como Vamos todavía uruguayo, canciones que ya son hit como He never wants to see you (once again), bajaron desde el escenario y nos obligaron a movernos, primero tímidamente, quizá por el entorno tan formal, o apabullados simplemente por el nombre del teatro en el que nos encontrábamos, para después abandonar la formalidad y levantarnos de los asientos para cantar.
El show fue realmente impresionante, con un tecladista y guitarrista agregado a la habitual formación.
Con versiones diferentes de temas históricos como Desestrés, con el piano y la voz de Pedro Dalton como única instrumentación, o Se cae el mundo, ¡se cae!, donde el cantante se dio el gusto de ser la primer persona en martillar una chapa arriba del escenario del Teatro Solís. Apostaron a lo largo de la noche a canciones más tranquilas, generando un clima que se apoderó del entorno, con algunos oasis de energía desbordada como con Temperamento, o el final con toda la gente de pie con De a dos mejor.
El sonido de la sala fue extraordinario, pero no sé la lista de temas, tampoco sé cuanto duró exactamente, tampoco importa nada de eso. Importa que fuimos conscientes de haber presenciado un espectáculo emotivo, placentero, de esos que te quedan guardados, de los que te grabás en la mente ciertos destellos visuales, y sonidos únicos que sabés que no se van a repetir.
En momentos en quea muchos parece que les cuesta jugarse a hacer algo diferente o atrevido, los Buenos Muchachos se animaron, y el resultado fue un disfrute fusionado entre la banda y su público.