De la vorágine y el acortamiento del nombre

Hola!

Enviame en cuanto puedas el presupuesto que el cliente esta esperando por eso.

Bs

X

Foto tomada de http://www.canarias7.es/blogs/atarecos/

No, X no es una incógnita. X es Ximena.

Bs no son Bolívares, son besos.

Ximena supo ser Ximena. Cuando era chiquita seguramente la llamaban Xime. En estos últimos años ha optado por hacerse llamar Xi. Hoy envía correos a amigos y clientes con la firma X.

Ximena no será la primera ni la última víctima de su tiempo. Personalmente tengo ejemplos de bautismos similares con señores como Gustavo, que firma con la G, o la amiga Cecilia, que un día llamándola Ceci nos paró y nos dijo: “Yo soy Ces”. Supongo que en realidad sobran ejemplos.

La lengua varía, se expande, evoluciona, muere. Nos sirve para expresarnos y movernos en un orden referencial; nos permite salirnos de nosotros mismos. Las colonizaciones han tenido una enorme influencia en la muerte de las lenguas, afectando comunidades enteras y obligando a los hablantes a escribir y hablar el un idioma ajeno. Otras veces los individuos pierden gradualmente su lealtad para con el idioma mediante la influencia constante de otro. En nuestro caso, el inglés.

Quizá por eso Cecilia es Ces, porque suena más yankee.

Quizá por eso las magdalenas son muffins.

El uso de anglicismos es constante y desde hace décadas venimos escuchando CD’s para ser cool. El inglés se convirtió en un orgullo de la clase dominante, en una forma de demostrar la soberanía intelectual: hablantes con ínfulas de Primer Mundo e independencia, negando su origen y tomando prestada la lengua de ese que tendría que haber llegado antes acá .

Lo sabemos: desplazando al inglés y retomando nuestro idioma, el mismo sigue siendo prestado. ¿Pero por qué renunciar a un idioma tan rico como el español?

No solo la hegemonía del inglés está arrinconado otras lenguas, a esto hay que sumarle la llegada de las redes sociales y la necesidad de celeridad y precisión de los mensajes. Escribimos en 140 caracteres, leemos en 140 caracteres, ¡pensamos en 140 caracteres! Nos enfrentamos a clásicos de la literatura de más de quinientas páginas y suspiramos diciendo “Todo un verano”.

El reloj persigue al lenguaje y se pierden las formas más profundas y poéticas de expresión. El lenguaje es una pausa, un encuentro de las palabras, el acercamiento con el otro en un tiempo sin tiempo.

Queremos creer que X fue afectada por algo más que la necesidad de rapidez en su firma: ¿podría ser que el autor de un texto ya no es lo relevante, como sostenían Barthes y Derrida, entre otros? ¿Es posible que ya no importe quien dice algo en una época comandada por el individualismo y la glorificación del sujeto?

Hay sin embargo en estos últimos tiempos un intento de resurrección de la lengua. Parece que por más masivas que se vuelvan las redes sociales y sus formas de expresión, hay algo en el idioma que lucha por sobrevivir. Nos encontramos con producciones y propuestas múltiples que abarcan desde revistas, libros, páginas web, hasta talleres en los que se recita poesía . Hay una inclinación por volver a las palabras, por celebrar el diálogo. Es ahora cuando debemos tener cuidado y preguntarnos qué vale la pena escribir, ya que si todos lo hacemos por el miedo al silencio, ¿quién nos va a leer?