Un gran uruguayo

Voy a ser feliz así,

 si se me deja la creencia de que puedo hacer algún bien.

Carlos Vaz Ferreira, 1932

 

Era un domingo, cerca de las nueve de la noche, de un día agradable y cálido, a medio vestir, el “canal de los uruguayos” anunciaba al Ser Nacional. Como pasa en días parecidos, en las casas y en los apartamentos se veían las ventanas oscuras, solo la más estridente electroluminiscencia aparecía intermitente tras ellas. Repentinas sombras grises parecían proyectarse sobre las paredes internas de los hogares, donde las persianas aún no habían sido cerradas. Un anciano caminaba, con pasos irregulares, inclinaba la cabeza, escuchaba, miraba y seguía rumbo.

– Hola, los de allí –dijo el viejo en voz baja ante una de las casas – ¿Qué hay esta noche en el canal 10, canal 4, canal 12? Balbuceaba el viejo, buscaba una invitación con los ojos, no sabía bien qué hacer. Uno de los jóvenes lo invita: –Hagamos amigo al viejo, sí, un poco, hablémosle de la sociedad del siglo XXI, de la tecnología, de los discursos, a ver cómo desvaría.

Luego de algunas cortesías, la conversación, en torno a la televisión, se entabla de un modo apacible.

El viejo era menos viejo de lo que aparentaba, cultivado en el fermental `900, supo hacer cosas importantes, “ganó por concurso la cátedra de Filosofía en la Universidad, a los veinticinco años de edad, revelándose ya como un agudo expositor filosófico y definiendo, además, el perfil de su original personalidad especulativa”. No hablaba, es cierto, ni vestía como los jóvenes de ahora, pero algo sabía sobre las discusiones y la emancipación del pensamiento. Era un viejo perspicaz, como deben serlo los que han dado a la luz, en su etapa inicial, al estudio por el estudio sin ningún fin profesional.

Otro de los jóvenes, entusiasmado, comenzó por provocarle con interrogaciones cargadas de una ironía inocua.

–  A ver ¿no es verdad que aquella venerada generación tenía una palabra ingeniosa y solemne que la que utilizamos nosotros, un estilo más puro que el que usamos hoy? No podríamos negar que estamos muy atrás de nuestros abuelos, en originalidad, en argumentación, en conocimiento del mundo, en gustos, en conceptos generales, ¿acaso, no es así?

Los que allí estaban miraban con gesto irónico al viejo, que escuchaba atento esas palabras, los ojos al techo, delineando en su bigote, con dos dedos de su mano, una línea ascendente.

El viejo supo decirles algunas cosas que merecen ser contadas.

En principio, porque fue capaz de discutir sobre una gran variedad de asuntos con la sociedad de su tiempo. Se interesó sobre el lenguaje, la comunicación, la educación, el sistema político, el matrimonio, el divorcio, el aborto, las instituciones, entre otros temas, sin dejar de lado su vínculo con la lógica de las discusiones.

Puede tomarle al lector, a la cultura, por los menos, muchísimos años para asimilar la obra de un gran pensador, y Carlos Vaz Ferreira es uno de los más importantes de nuestra tradición filosófica. Quedan pocas dudas de la dimensión de su contribución académica para una mejor compresión de nosotros mismos, de nuestros discursos e instituciones, del pensamiento humano. Aún sin poseer las categorías creadas por las distintas corrientes de pensamiento posteriores a su muerte, su pensamiento es, en algunos aspectos, importante para la cultura. Debemos evitar hacer, entonces, una lectura cerrada, dar a entender la falsa impresión de haber comprendido cabalmente todos sus sentidos.

Vaz Ferreira escribe en Lógica Viva (1910) que ésta: “sería un estudio de la manera como los hombres piensan, discuten, aciertan o se equivocan —sobre todo, de las maneras como se equivocan— pero de hecho: un análisis de las confusiones más comunes, de los paralogismos más frecuentes en la práctica”. La concepción de la comunicación diaria, de las discusiones que sugieren estas palabras, como un análisis de los errores, de los razonamientos falsos más comunes, son el motivo central del libro de Vaz Ferreira sobre una filosofía “Psico-Lógica”.

La forma de exposición de Lógica Viva es fragmentaria, no sistemática, con muchos ejemplos y con un fin práctico. Uno de esos objetivos es ejemplificar los errores más comunes que se comenten en cualquier discusión. Dada su composición indefinida – los diferentes títulos no tienen un orden – y su materia inagotable – la comunicación – nos parece valorar, por sobre todo lo demás: “La lógica y la psicología en las discusiones”.

Promediando Lógica Viva, Vaz Ferreira nos sitúa en el plano de los discursos, de la comunicación en general para decirnos, de manera pedagógica y sencilla, que no debe confundirse, aunque puede haber coincidencias, el alcance lógico de lo que se dice y el efecto psicológico que se produce por lo que se dice. Vaz Ferreira nos pide que pensemos cuidadosamente comprender esta diferencia. La intención es más bien ayudarnos a reconocer las formas en que esta concepción de la comunicación, a veces, se toma de manera equivocada.

Los dos conceptos generales que utiliza Vaz Ferreira en este capítulo son el “lógico” y el “psicológico”, y los usa de una manera general, divulgativa. Para el filósofo, “una cosa es el valor o el alcance lógico de lo que se dice, otra el efecto psicológico que produce”. Supongamos que en una conversación diaria sobre cualquier tema, una persona elige para apoyar su opinión un ejemplo o un argumento inadecuado, y se da cuenta, siente que es así. El que se haya hecho un ejemplo o argumento precario, malo en favor de una opinión, no significa que esa opinión sea irracional, infundada, mala. En cuanto a lo lógico queda como se la expreso, pero, psicológicamente puede llegar a producir un cambio, una modificación del estado psicológico. Éste puede repudiar la opinión dada en favor del mal argumento o ejemplo utilizado.

Para demostrar la sutil diferencia entre lo “lógico y lo psicológico”, el primer ejemplo utilizado por Vaz Ferreira es la antigua oratoria. Es éste, como bien lo indicará más adelante, un ejemplo oportuno. Comenzar por este género literario como reflexión sobre el lenguaje, como discurso dio paso a una disciplina como la retórica. Ésta se vuelve una práctica comunicativa para la persuasión. Al decir de Vaz Ferreira, la antigua oratoria “se basa más bien en el efecto psicológico que en el lógico”. La antigua oratoria contaba con reglas, procedimientos para la demostración de las pruebas, como por ejemplo en su exposición en el discurso; no colocar todas las más contundentes al principio, ni ubicarlas todas al final, sino más bien distribuirlas en el orden del discurso lo cual producía un efecto en el estado psicológico.

Se hizo ineludible en las democracias grecolatinas, como se hace necesario en la actualidad, encontrar la vitalidad pragmática en las situaciones discursivas para tratar de comprender que lo enunciado es verdadero, en el sentido parresiástico griego. Si Vaz Ferreira quiso demostrar los errores en los que podemos incurrir en la comunicación diaria, de tener un cuidado del y con el lenguaje, es porque se interesó en un aprendizaje minucioso de los mecanismos que hay en los discursos. Llamado maestro de conferencias su objeto de estudio, entre otros, fue el lenguaje, la comunicación, los discursos. Allí se establece un juego con la parresía que, siguiendo a Foucault, permite la coherencia entre el sujeto, la persona que enuncia y su conducta. Por lo tanto, la parresía entendida a modo de un hablar verdadero, sincero y audaz como forma de relación de sí mismo con los demás.

Por otra parta, para Vaz Ferreira la “verdad” es una verdad a largo plazo, en proceso, que se hace en las discusiones y que, en general, es compleja. La posible solución que admiten los problemas culturales, sociales, las discusiones cotidianas sería para Vaz Ferreira la de “procurar estudiar por una parte las ventajas […]; por otra parte, los inconvenientes”, donde no hay una solución perfecta sino la mejor posible.

En principio, con la retórica de Aristóteles, como sistematización metodológica del arte de persuadir, y posteriormente, como técnica discursiva y como disciplina que estudia científicamente, con determinada intención, cómo está construido el discurso, la retórica, presenta cinco partes importantes: la inventio: temas, argumentos, lugares, técnicas de persuasión y de amplificación; la dispositio: distribución de las grandes partes del discurso (exordio, narración, discusión, epílogo); la elocutio: elección y disposición de las palabras en la frase, organización en el detalle; la pronuntiatio: enunciación del discurso; y la memoria: memorización como archivo mental.

La forma de exposición en Lógica Viva y, particularmente, en este capítulo, en apariencia parece seguir las reglas de la retórica, pero no es tan así. Vaz Ferreira no apunta al manual, dice que no hay reglas y por ello no es sistemático. Sin embargo, las cinco partes antes mencionadas aparecen en el discurso de Vaz Ferreira. La inventio está dada por temas de la vida corriente como de cuestiones sociales y académicas. La dispositio se distribuye en forma de una breve introducción en la que se plantea la problemática en las discusiones, para pasar directamente a la discusión con la inclusión de bastantes ejemplos; la narración se va haciendo más compleja para finalizar con un epílogo en el que se sugiere hacer el ejercicio de lo discutido. La elocutio es sencilla pero no por eso es menos compleja. La pronuntiatio y la memoria son recursos que se pueden ver en el texto cuando conferencista apela al auditorio – recuérdese que el libro es tomado de conferencias – o como gráficamente se dejan los puntos suspensivos dando una pausa al discurso. En cuanto a la memoria, se da en la evocación de algunos ejemplos utilizados. Se puede decir que una de las intenciones es la de salirse del ámbito académico, de la formación discursiva institucional que lo lleva a aplicar los problemas de la comunicación a la cotidianidad de la gente.

Otra forma para tratar de no equivocarse al plantear argumentos, ejemplos, comparaciones, que propone Vaz Ferreira, es obviar el momento oportuno. Uno no siempre puede decir cualquier cosa en cualquier momento. Lógicamente se puede escribir, hablar sobre algo, pero hay que tener en cuenta, un previo análisis de la cuestión y un poco de fortuna para enterarse a tiempo de que lo que se está por exponer sea conveniente, sino el efecto psicológico perdería fuerza de aceptación.

Otro caso para las discusiones diarias son los efectos que producen la manera de presentar las opiniones, argumentos o proyectos. Se trata de saber apreciar, conscientemente, la manera en que se presentan las discusiones, saber cómo se da el hilo de la conversación lógica y psicológicamente. En un ejemplo sobre el divorcio en un contexto religioso, el que quiere divorciarse debería no plantear directamente el divorcio sobre alguien, sino desplazar el asunto argumentado que pasaría si se casa con otra persona. Es decir, se da por cierto el divorcio y se traslada la psicología, los sentimientos del interlocutor al hecho del casamiento.

En el caso de la presentación de un proyecto que se considera aceptable, el talante del que lo presenta, la toma de posición de iniciar la conversación da pie para presentar cuestiones secundarias sobre el proyecto e iniciar una discusión que desplace psicológicamente a los interlocutores. Nos dice Vaz Ferreira que “muchas veces, suponer la oposición contraria, es crearla por sugestión”, utilizando la retórica, diciendo algo como válido para luego llegar por antítesis a una oposición artificial que es sugerida.

Otro ejemplo que ayuda a diferenciar en las discusiones lo lógico de lo psicológico es: “creer que efectos psicológicos ya producidos, se arreglan siempre cuando el asunto se arregla lógicamente”, esto no siempre es así. A veces pasa que soñando con alguien, al encontrarnos con esa persona al otro día nos ocurre algo particular, quizás una antipatía, “un algo que no es lógico sino psicológico”. Es decir, quedan en la persona residuos psicológicos que no siempre se dan de una manera lógica. Lo mismo puede suceder con las primeras declaraciones o impresiones sobre alguien. Nos queda algo psicológico, se forma una impresión que luego se necesita cierto esfuerzo para rechazar ese efecto psicológico, ya sea favorable o desfavorable.

En un ejemplo judicial, “los abogados discuten a veces sobre si es conveniente dar o no desde el principio amplitud a la defensa y presentar los mejores argumentos; y dicen algunos que es práctico reservar los argumentos mejores para el fin; no presentarlos en los primeros escritos, sino en el último”. Así la dispositio y la elocutio aristotélica, para Vaz Ferreira, parece ser aceptable, desde cierto punto de vista más bien lógico, pero, en contraste, esto tiene el peligro de “producir en el juez psicología contraria, psicología que es difícil destruir, o para destruir la cual se necesita una argumentación superior lógicamente a la que hubiera bastado desde el principio”. Los problemas psicológicos que puedan surgir no están atados a reglas, pero que bien analizados pueden dar satisfactorias soluciones.

Como último aporte, en este capítulo, Vaz Ferreira nos sitúa en un dilema moral de las discusiones: “una cosa habrán notado ustedes; y es que estas cuestiones, además de tener un aspecto psicológico y lógico, hemos dicho psicológico, tienen también un aspecto moral”, aquí Vaz Ferreira cuestiona el uso y el abuso del elemento persuasivo de la retórica. Nos hace pensar filosóficamente la bondad, la buena disposición anímica y espiritual de lo qué decimos y escribimos.

Nos plantea el problema de la verdad como fundamento último: “si el ideal moral es la verdad, ¿cuál es la verdadera verdad?: ¿pronunciar o escribir palabras que sean literalmente verdaderas, o pronunciar o escribir palabras que produzcan como efecto la verdad?”. Reiteradamente se le ha reprochado a Vaz Ferreira ser un escéptico. La verdad para Vaz Ferreira es una cuestión de grados, se da a largo plazo, se va construyendo. La preocupación de Vaz Ferreira por las trampas del lenguaje, de la comunicación nos la ilustra con un ejemplo médico:

“Yo soy médico, y se me presenta una joven enferma; es obrera, o maestra; trabaja; y me consta que el padre o el marido, que es quien la trae, la hace trabajar para utilizar su sueldo. Tiene una congestión pulmonar, por el momento incipiente, y, con un buen régimen, curable; no se puede decir que se trata de una tuberculosis; pero es algo que acabará en tuberculosis, si la paciente sigue trabajando. La verdad literal sería ésta: “Su hija, o su esposa, tiene que dejar el trabajo; no está grave en este momento, pero se agravará si sigue trabajando”. Tal es la verdad literal. Psicológicamente, el efecto que producirá no es el efecto verdadero: debido al interés que hay en hacer trabajar a esa persona, es seguro que, si yo hablo así, se seguirá haciéndola trabajar”

Ahora, yo puedo mentir literalmente, y decir: “Esta enferma está en un estado grave”.

Verbalmente, literalmente, en ese caso, yo miento, porque no está en verdad en estado grave; pero produzco como el que debería ser el efecto de la verdad; esto es: un estado de espíritu conducente a que esa persona sea librada del trabajo”.

Para Vaz Ferreira, estos problemas no son solo lógicos y psicológicos, sino, también morales. ¿Se debe decir la verdad literal o aplazar esa verdad produciendo un efecto psicológico positivo?

En una nota el pie, Vaz Ferreira, asume una posición con respecto al problema de la verdad: “decir la verdad literal, pero procurando, por explicaciones, y por todas las formas de persuasión, etc., hacer comprender y sentir la verdad real y sus legítimas consecuencias”, es decir, mostrar sinceridad pero tratando de evitar efectos psicológicos desfavorables. Para Jürgen Habermas, “el peculiar `instinto de verdad´ es sólo un deber moral que la sociedad impone para existir: ser veraz quiere decir usar las metáforas comunes, y por tanto, expresado moralmente: […] mentir según una convención establecida”. El médico, quien conoce, es un intérprete histórico, y como tal crea verdades posibles, ninguna de las cuales tiene que entrañar la universalidad.

Asimismo, si el conocimiento es interpretación ¿habría límites en estos procedimientos para saber qué decir?, lo importante es no abusar de ellos y dejar, siguiendo a Vaz Ferreira, “la conciencia clara”.

A modo de conclusión, en la lógica de las discusiones, entendemos, que para Vaz Ferreira es muy importante diferenciar lo lógico de lo psicológico, ya que éste último puede dejar daños. No le interesa lo lógico formal, sino de manera viva, práctica, que se baje a tierra, a lo cotidiano. Analizar las discusiones es una práctica, un ejercicio que puede llegar a sernos útil para la vida en general. Manuel Claps, en su prologo a Lógica viva. Moral para intelectuales (1978) dice que:

«Vaz Ferreira era consciente del efecto que esta prédica producía en sus oyentes en el primer momento: ´cuando se les enseña a pensar así, a primera vista sienten la impresión de que se los deja privados de algo que antes poseían; se sentían tan seguros y tranquilos en sus sistemas (consciente o inconscientemente) que… creen que se les ha quitado algo y piden continuamente la fórmula, la regla, el sistema que les ahorraría examinar los casos”.

Se trata de buscar un tipo de ejercicio de la ciudadanía que encare necesidades y problemas determinados sin dejarse engañar por los errores cometidos en las discusiones, porque lo sustancial no es ansiar el poder de tener la verdad en una discusión, sino construir la pura sensibilidad de la sinceridad.